Se da esa vacuidad total que es como decir: juntemos las manos y todo irá divinamente. Que esto lo dijese alguien que tenía 24 años en relación al movimiento hippy del que algunos le adjudicaban el trono y buena parte de sus mensajes dice tres cosas: el tipo era un genio cínico, es cierto lo que asegura Woody Allen de que si alguien te explica que con la edad se mejora estás delante de un mentiroso compulsivo y, en tercer lugar, que los movimientos que parecen surgir de la nada son contestados tanto por un extremo como por el otro y corren el gran riesgo de convertirse, quizá a fuerza de organizar talleres de papiroflexia, de reflexología podal, de chakras y el típico a qué hora es el taller de ligar, en un intento vano por cambiar algo cuando a lo que se había ido inicialmente a las plazas era a setas y no a rolex. Pero el de 24 años, como buen cínico, también creía en que, aunque mucha energía se perdiera o incluso se diluyera completamente por el camino, había que hacerlo. Su cinismo era solo un escudo para protegerse de los pelmas o los excesivamente amables. El otro día leí la primera carta -ya tardaban- de alguno que, ya que el estado es represor y llevaba muchos años en la lucha -la lucha es algo que aquí llevamos muchos años haciendo-, ponía a caer de un burro -en parte con razón- a este espontáneo movimiento que se disolverá u olvidará en cuanto la Roja vuelva a ganar otro trofeo. Dejando de lado la habitual obsesión identitaria y que seguro que será un encanto con el que tomarse feliz 1.000 cañas, esto de denostar todo lo nuevo que no protagonizas tú indica que estás tan seguro de ti mismo como los mismos a los que criticas o que bien estás a un paso del asilo emocional. El falso cínico de 24 años decía: no sé dónde está la cosa, pero sé dónde no está.
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