Sean Penn ya se está pasando un pelo. Menos mal que esta vez me he enterado de todo junto: de su idilio y posterior ruptura con Scarlett Johansson. Es que este tiene de comunista lo que yo de alto: Robin Wright, Scarlett… ¿Qué será lo siguiente, el apocalipsis definitivo: Ingrid Rubio? Mi rival me suele decir que qué me importan a mí estas cosas, pero le contesto lo mismo que me contesta ella cuando la cosa es al revés: una cosa es que haya elegido plato y otra que no ojee el resto del menú. Y eso que a mi Scarlett no me llama tanto -de hecho, a años luz- como Robin. Con lo de Robin lo pasé muy mal. De hecho ya lo pasé mal la primera vez que vi El clan de los irlandeses, que ves la escena de la puerta y ya intuyes que ahí hay demasiada profesionalidad, que Strasberg no llegaba a tanto. No les digo más que no lo pasaba tan mal desde que a los 12 años me enteré de que la vecina del tercero meaba de pie. Lamento la expresividad, pero así era. Un gran tipo, por otra parte. Mi madre nunca supo cómo se le mantenían de bien los geranios a pesar de que durante semanas se le olvidaba regarlos. Hay cosas que a una madre es mejor no contarle. No porque se fuera a escandalizar. Es que sino ni los hubiese regado y es bueno que una madre salga al balcón, se orea. Cuando la vecina se fue a la mili mi madre ganó en color, aunque descubrió que veía mal de lejos, por eso cuando me pide las gafas -alcánzame las largas- me acuerdo de Genaro, que así le llamaba yo a mi vecina. No sé qué habrá sido de su vida. Lo último que supe, porque me lo contó Don Modesto, el cura del octavo, es que estaba de estibador en los astilleros de Gdansk, en un sindicato comunista. Confío mucho en Genaro para que alguien le dé de una vez su merecido a Sean. Justicia poética, creo que se llama.
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