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De payo a payo

La semana pasada se celebró el Día Internacional del Pueblo Gitano. ¡Felicidades! Como de costumbre, muchos cargos públicos alabaron las virtudes del colectivo marginado y censuraron los pecados del marginador. Por ejemplo, criticaron los estereotipos faltos de rigor y los prejuicios injustos que nos llevan a la discriminación. Puesto que soy payo, he de pensar que el rapapolvo también va dirigido a mí. Molaría responder que una de mis colegas es gitana de origen búlgaro - un beso, guapa-, pero eso, que es cierto, no significa nada. Le Pen invita a un negro a sus mítines y todo homófobo cuenta que tiene un amigo gay.

Eliminada esa opción exculpatoria, y dado que esos cargos públicos son tan payos como yo, espero que al menos consideren la posibilidad de que aborrezco los estereotipos y de que carezco de tales prejuicios del mismo modo que ellos o, si se prefiere, que los mantengo a su nivel de control cívico. Ya de paso me pregunto qué ocurriría si, al igual que ellos denuncian los indiscutibles defectos de la ciudadanía paya, uno denunciara aquí los supuestos, solo supuestos, claro, defectos de la etnia romaní. Jugando a generalizar, servidor saldría perdiendo.

No niego la existencia de nuestros fallos. Y estimo necesario que el poder nos eche la bronca y trate de educar al paisanaje. Sin embargo, su trabajo se queda muy cojo cuando su mirada es tan correctísimamente tuerta. Hablar de los gitanos aludiendo solo a los errores de los payos es, siendo benévolos, una manera absurda de encarar la cuestión. La distancia que separa a la sociedad de los políticos es cada vez más grande porque estos prefieren, en este y otros asuntos, eludir la verdad o duda incómoda. La ultraderecha florece en jardines que los demás prefieren no pisar. Con los medios sucede lo mismo: nos empeñamos tanto en pintar la realidad a nuestro gusto que a menudo olvidamos describirla. Y todo el mundo es bueno, no nos vayan a llamar malos.