Tengo edad suficiente para haber escuchado unas cuantas veces esta expresión. Recuerdo un sastre, un conserje, un dependiente, un banquero. Y mil latinos, que aún tienen a bien. Luego estaban las películas; dos horas de galanterías con besos prietos y estáticos. Pero después, cuando se encendían las luces que señalan la salida, te decían “tápate, cochina”. En el patio te escupían y en la cama te adoraban. Siempre hubo un respeto raro; no sé. Hoy veo en las redes sociales infinidad de grupos de mujeres, reivindicando lo que es vuestro. Cuando uno piensa que no necesita poner en neón su condición masculina, sabe que eso no es justo. No soy mejor que tú. Puede que peor, pero te tengo como igual. Me pariste, compartiste pecho conmigo, jugamos juntos, te amé y también te tuve. Hasta te vi crecer, mira tú. Te tengo al lado en el tajo, cuando vuelvo a casa, y en mi memoria, y en mis juramentos. Y te pondría una placa en cada calle si yo fuera concejal. Deja de reivindicarte, no te etiquetes. Sé mujer, sé inteligente, sé noble -que son adjetivos unisex-. Sé perdón y sé pecado. Quizás así todos esos grupos pierdan su sentido y solo existamos tú y yo. A sus pies, señora.