A lo largo de estas fechas hay un lugar que solemos recordar y visitar, aunque algo proscrito, que es el lugar de los muertos. No quiero ser macabro. Simplemente ser realista. Cualquier lontananza o simple montículo es el lugar de muchos de nuestros cementerios. De manera especial nos acercamos a los camposantos, no por ser tétricos o amantes de la muerte, sino para recordar a nuestros antepasados y también mirar de una manera intuitiva el hecho de la muerte. El poeta libanés Khalil Gibrán, que murió en 1931, escribe: “En el corazón de todos los inviernos vive una primavera palpitante, y detrás de cada noche viene una aurora sonriente”. La frase poética de Gibrán es perfecta para expresar lo que significa la virtud de la esperanza. La esperanza nos ayuda a sostener viva la lucha del amor y de la fe. Porque esperamos, creemos y amamos. Porque esperamos, nuestra vida se ilumina de sentido. Solo la esperanza nos mantiene fieles en el caminar que no tiene final. La gran esperanza cristiana no anula las pequeñas esperanzas humanas sino que las redimensiona, las coloca en su debido lugar, las relativiza desde la sabiduría del corazón.