Entrar en la burocracia comunitaria bruselense conlleva un empleo perpetuo, no sujeto a ERE ni ERTE, pagado con creces y que, además, permite disfrutar de sustanciosas ventajas añadidas. Pero ha llegado la pandemia y ha puesto al descubierto las deficiencias de esta mastodóntica y costosísima organización político-administrativa. Mientras que la media comunitaria de vacunación ronda en este momento el 10% de la población, en el Reino Unido (que nos acaba de dejar) anda por el 40% y en Serbia por el 30%. El colmo de la incompetencia se ha alcanzado con la suspensión cautelar de la vacuna AstraZeneca, a pesar de que contar con el aval de la OMS y la experiencia acumulada de millones de dosis administradas. Se hubieran podido evitar muchos miles de contagios y muertes, pero, como en todas partes cuecen habas, aquí tampoco dimite nadie. Además (no sé el motivo), se muestran contrarios a la compra de las vacunas rusas y chinas, que parece cumplen con todos los requisitos. Entiendo que esta amarga experiencia debe concienciar a los estados miembros a acometer una profunda reforma de todos los organismos de la UE para mejorar su eficacia, aunque tengo serias dudas al respecto a por qué los partidos políticos utilizan las instituciones comunitarias para ofrecer un dorado y alejado retiro a sus políticos amortizados.