Este mes de febrero nos ha recordado estampas pasadas, negras y desgraciadas como el 23-F, los asesinatos de Zabalza, de Lasa y Zabala, y todas ellas sin esclarecer. Creo que es un marrón para la democracia. En un régimen dictatorial, que parece que algunos lo añoran, el político se cree imprescindible y no admite la crítica ni ningún tipo de oposición. Los “salvadores” son típicos de las dictaduras. La democracia, por el contrario, necesita fieles y eficientes gestores de la cosa pública, cuyo principal interés sea la búsqueda del bien común, es decir, de aquel conjunto de condiciones humanas, sociales y económicas que hagan posible el pleno desarrollo de toda la persona. Es clave solucionar los graves problemas que tenemos: paro, inseguridad ciudadana, contaminación ecológica, innovación y desarrollo. Y para esto lo que hace falta es competencia, voluntad política de servicio al bien común y eficacia en la gestión. La democracia no es perfecta. En ella, sin duda, pueden darse casos de corrupción, abusos de poder y recortes de libertades, pero no son achacables a la democracia, sino a los políticos que hacen mal uso de ella. A su vez, esas manifestaciones que terminan en cambalache e incendios del mobiliario público o el pensar que el “cuanto peor mejor” no son medios para fortalecer el sentido democrático. Me preocupa en la espiral en que nos estamos metiendo, así como el auge de los populismos en el mundo.