De niño me mandaba a la cama según salían los dos rombos. Entonces se quedaba viendo aquellos pecados misteriosos, armado con una tijera y su inseparable pegamento Imedio. Y una hoja de recortables. A la mañana siguiente, lucía sobre mi mesilla un camión cisterna, un vapor o una avioneta. Solo por eso ya lo quise siempre. Eran juguetes frágiles que no valían para hacerlos rodar por el suelo, pero si mirabas bien se leía la ilusión de un hombre que no tuvo infancia, pero sabía crearla. Hoy, peleando contra la gravedad y el tiempo, mira con ojos del pasado el puzle de madera que le entrego, que será una moto, y me dice “no sé yo...”. Pero sé que el niño se revuelve dentro y está ansioso por ponerse a ello. ¿Será por ese brillo fugaz en su mirada?En tiempos inciertos, solo cuenta la ilusión.