Escuché el lunes con sorpresa e indignación la propuesta que el LABI va a llevar a la reunión interterritorial de cara a las próximas navidades. Me sorprende que se reconozca que, aunque no vayamos a peor, todavía es muy mala la situación sanitaria en Euskadi y me indigna que, a pesar de ello, la propuesta anuncie una evidente relajación de las normas que en su momento se impusieron para frenar los efectos de la pandemia. No puedo entender a qué se debe esa contradicción y esa reiterada exposición al riesgo, teniendo en cuenta la irresponsabilidad comprobada de una parte de la población. Modificar a la baja la normativa es aceptar de antemano una tercera y fatídica ola. Me indigna más aún la relajación que se ha anunciado como familiar de un ingresado en residencia al que no hemos podido abrazar, ni tocar desde el pasado mes de marzo, y al que desde que el virus entró en la residencia ni siquiera podemos visitar dos días a la semana durante media hora y a dos metros de distancia, que era el riguroso régimen de aislamiento que veníamos soportando. Una situación, la de los residentes, sangrante a nivel afectivo y muy desconocida por la sociedad. Ellos no van a tener ni un solo abrazo en Navidad. No estamos, ni mucho menos, para abrir la mano por más navidades que vengan, y la propuesta del LABI es una puerta abierta a la tercera oleada de enfermos, hospitalizados y muertos.