Sopla sur y sin nubes. Una tregua para los Sísifos en que nos hemos convertido. En un otoño ajeno a todo, Bingo está tenso mirando su palo, con el ansia propia de su edad. Venimos al Paga a lavar carne y espíritu, pero él está solo al palo. Lo envidio por eso, y le acaricio el lomo. Sale barato, porque me devuelve una mirada tan limpia y leal que no encontraría ni en Amazon. Saliva y me urge a que se lo lance, pero decido disfrutar del momento. No hay muchos. Vienen niños, lo tocan, lo llaman. Pero nada; su universo se reduce a ese palo. Y tengo que ser yo quien se lo lance; si no, no tiene gracia. Disfruto un suspiro más y cojo el palo, y a él se le abre el cielo, y se tira ladera abajo, obcecado. Y al poco, me lo devuelve. Veo en sus ojos sabios que no es el palo lo que busca. Me busca a mí. Y me enseña que en esta vorágine que vivimos quizás hayamos perdido la ilusión; la que nos mueve. Y a veces puede hallarse en un simple trozo de madera. Solo se trata de lanzarlo.