El hombre tiene la capacidad de crear sus propios monstruos que, más tarde, poco a poco se lo comen. Los Dioses. En los primeros tiempos, para explicar lo que no pueden entender, los griegos y los romanos los tenían por todas las partes y de todos los vicios y gustos. Más tarde, con el cristianismo (entre otras religiones más), los metieron dentro del alma y les comió la médula de su propia esencia. Recientemente, el capital, el nuevo Dios, que ha llevado al hombre a una abundancia obscena y al progreso tanto como a la deshumanización más brutal, y a su posible anulación en guerras con bombas y explosivos nucleares. Ahora estamos construyendo el nuevo Dios: la inteligencia artificial, que no sabemos hasta dónde nos puede llevar. Si las máquinas hacen el trabajo manual mejor y más rápido tendremos que preparar a los humanos para otro tipo de trabajos de índole intelectual o de cualquier otra clase. Lo mejor de todo es que vamos acumulando dioses sin destruir ninguno y lejos de menguar aumentan cara al futuro, mientras el arte avanza poco y con dificultad. Este sería un buen dios eterno, de formas y colores a gusto del consumidor, libre y bello como un ligero corzo en el bosque. Hasta puede que Dioniso, Jesucristo, Alá y Buda bailen en la campiña celestial, más allá de nuestro alcance, juntos.