El Estado asume la administración única del ocio nocturno y ejerce su derecho de admisión con el consenso de las CCAA. El ocio nocturno no puede aceptar clientes más allá de la hora de la Cenicienta. Es decir, que la fiesta termina cuando comienza. El Gobierno se viste de Hada Madrina. Y las dos Españas vuelven a emerger vestidas con traje de oscura normalidad. Dressed to Kill. ¿A favor o en contra de la varita mágica que nos da y nos quita derechos en favor del control de la sanidad pública? El sector pide clemencia y alega indefensión. Y grita, ¡cri-mi-na-li-za-ción! La varita represora para unos, la varita protectora para otros. Efectos colaterales y drama humano. Los cadáveres políticos emergen cuando baja la marea. La equidistancia cotiza en mínimos históricos. No habrá paz para los equidistantes ante la parábola pandémica. La tercera España, la del medio, la que confirma su ignorancia, asume su contradicción, opinando libremente sin presión ni condición, desfilará en primer lugar por el pelotón de fusilamiento doctrinal. Su espacio se achica. Sin derecho a confesión, acusada de traición. El karma sombrío de la información negativa, permanente, pide a gritos almas optimistas en rededor. Hay que vivir el momento porque no sabemos si habrá un mañana, se comenta. El momento también se vivía en una sala de fiestas, responde el ahora arrinconado alma de la fiesta. El baile y la evasión, víctimas también del derecho de admisión. ¿Pero tú sabes bailar? Da igual, lo intentábamos, y durante algunas horas vivíamos y disfrutábamos del momento, sin pensar en el futuro incierto, como Jennifer Beals en Flashdance. El cubata, en vaso Maceta, patrimonio y orgullo nacional, llora sin consuelo en el rincón del disco-bar. Se incrementa el consumo de alcohol en soledad. Igual de malo para el hígado, pero peor para el corazón, que anhela compartirlo en reunión. Obligados a pensar y a la responsabilidad personal. Concepto nuevo para unos, fundamento de vida para otros. Ética y moral, puestas a prueba por la realidad. La seguridad murió con la crisis financiera pero también mucho antes con las grandes guerras. ¿Puede un muerto volver a morir?, se pregunta el profeta. Ahora tendremos nuestro lugar en los futuros libros de Historia, aunque hubiéramos preferido una revista ligera tipo Hola. Vivir el momento es complicado, concentrarse lo es aún más, más aún enmascararse y relacionarse en la intimidad. Era más fácil vivir el momento, sabiendo que el dinero circulaba hacia adentro. Y es que en los ochenta se vivía mejor, dice un enterao. ¡Era el Optalidón!, le contesta el doctorando en crisis del copón. La seguridad y la esperanza ni siquiera superaron el control. El miedo, como forma de gobierno. El placebo, como nueva religión. Jon Guergué