El reto de la regeneración democrática
La calidad de la democracia es clave para que los ciudadanos nos sintamos parte de todo el entramado institucional en que esta se vertebra. Los dos conceptos clave que manejó Pedro Sánchez en su declaración institucional tras el periodo de reflexión que se autootorgó fueron los de regeneración democrática y consolidación de derechos.
Perplejos, los ciudadanos escuchamos cómo su continuidad al frente de su responsabilidad política fue anunciada por él mismo como un “punto y aparte”. Ello implica, en apariencia, un intento de revertir el imperio de la toxicidad política reforzando los valores democráticos. Pedro Sánchez zanjó la incertidumbre acerca de su futuro político. Continúa al frente, pero pide una reflexión para cambiar la política y evitar que los bulos dominen la escena política y social. Es cierto que la dimensión geopolítica de la comunicación adquiere cada día mayor relevancia en estos convulsos tiempos sociales y políticos: la desinformación, la banalización del bulo y la mentira, los infundios, las falsedades, las fake news o noticias falsas son cada vez más utilizadas para fines políticos.
La comunicación se convierte en una especie de materia prima estratégica, una auténtica piedra de toque para el poder.
Todo eso es así; y precisamente por ello, un poco de autocrítica hubiera dado más credibilidad a las afirmaciones de Pedro Sánchez; si realmente quisiera liderar un proceso de regeneración de la conversación política habría debido incluirse a sí mismo, y a su partido, como parte del problema. Habría sido más creíble que reconociera que en algún debate parlamentario él mismo ha utilizado esa beligerancia dialéctica y que su partido tampoco es ajeno al proceso de polarización política.
Afirmó haber actuado desde una convicción clara: o decimos basta, o esta degradación de la vida pública determinará nuestro futuro condenándonos como sociedad. Y subrayó que esto no es una cuestión ideológica sino de respeto, de dignidad, de principios que van mucho más allá de las opiniones políticas y que nos definen como sociedad y sus reglas del juego.
Su intento de generar pedagogía social en torno a estas cuestiones no es baladí: el bochornoso espectáculo que un día y otro ofrece la dimensión parlamentaria de la política española parece no tener límite; el principal problema radica no tanto en la discrepancia, que es siempre lícita y enriquecedora, sino en el tono discursivo tan duro, tan bronco, tan poco constructivo. Pero, con todo, ese barrizal dialéctico-político al que asistimos, los poco edificantes discursos (tan maniqueos como simplistas), los enfrentamientos y exabruptos que están caracterizando con frecuencia este tiempo político no son lo peor. Es la propia convivencia en paz entre diferentes la que se pone en riesgo.
La ciudadanía solo recuperará la confianza en sus instituciones si construimos una nueva cultura política. Hay una necesidad social que parece ir en dirección contraria a la lógica de la crispación y de la bronca permanente, concretada en que en lugar de acentuar lo que distingue y separa a las formaciones políticas éstas se pongan de acuerdo para tratar de encontrar puntos de encuentro respecto a cuestiones troncales para la convivencia, la paz social y el fortalecimiento de los derechos y libertades sociales y políticos.
Una verdadera calidad democrática requiere profundizar en la educación ciudadana, exige insistir en pedagogía democrática, demanda trabajar para fortalecer la implicación de la ciudadanía. Vivimos en un mundo y en una sociedad cada vez más difíciles de gestionar y la democracia se enfrenta a nuevos retos. Esa rebelión cívica pendiente no se logra solo mostrando la indignación o el malestar, la desafección y el reproche; se ha de lograr tomando conciencia de que sin contrapesos al poder tendremos siempre una democracia de baja calidad.