Mientras aquí discutimos si es conveniente o no publicar el origen de las personas detenidas (yo apoyo la medida, ya lo explicaré otro día), nos encontramos con una noticia inquietante llegada de Francia. Y es que, Sabrina Decanton, candidata de Los Verdes a la Alcaldía de Saint-Ouen, ha renunciado porque algunos militantes de su partido la han presionado, diciéndole que su condición de lesbiana les restaría votos en los eufemísticamente llamados barrios populares, que en realidad se refieren a los barrios (mayoritariamente) musulmanes. Se trata del mismo lugar en el que meses atrás se tuvo que cancelar la proyección de un filme sobre Charlie Hebdo; o muy cerca de Noisy-le-Sec, donde también se suspendió la emisión de Barbie, porque un grupo de jóvenes islamistas consideraba que con ella se fomentaba la homosexualidad. Nótese lo de jóvenes.

Marine Tondelier, líder de Los Verdes, ha expresado su apoyo total a Decanton, reivindicando que la homofobia no tiene cabida en su formación, aunque es evidente que sí la tiene, de ahí la renuncia. Comentemos que los alcaldes de los citados municipios donde se suspendieron las películas también son de izquierdas: socialista uno, comunista el otro. Adujeron ambos que no habían cedido a ninguna presión, que actuaron con responsabilidad para evitar disturbios. A nadie le extrañará que la extrema derecha se aprovechara de la situación, criticando su cobardía y aireando una campaña islamófoba.

¿Prudencia o miedo? Tal vez ambos. Pero tampoco es menos cierto que, bajo la bandera del multiculturalismo, existe una izquierda que exhibe frente a ese mundo una ductilidad, una maleabilidad en su laicismo, que no muestra con los católicos. Ni con otros. Aunque sea cuestión menor, pongamos como ejemplo la manera efusiva con la que saludan la llegada del Ramadán algunos partidos y dirigentes políticos vascos. Prudencia, miedo, condescendencia o guayismo: espera uno que no estemos creando un monstruo que no se pueda controlar.