Terminamos el año con buenas noticias para nuestro autogobierno, ya que se oficializó el traspaso de las competencias de cinematografía y gestión del litoral. Días antes tuvimos también conocimiento del logro obtenido en torno a la participación de nuestra pelota en las competiciones oficiales; un gran paso en una batalla que será tortuosa, nadie lo oculta. Ciertamente, no son moco de pavo los éxitos señalados, aunque debe uno reconocer con desolación que la primera cuestión ha ocupado exactamente cero segundos en mis charletas de estos días. La segunda sí que ha despertado algo más de interés, pero tampoco ha levantado pasiones, seamos sinceros. Para más inri, no pocos de mis interlocutores reconocieron que, siendo el día que era, se tomaron la noticia como una inocentada de nuestra televisión pública. Prueba inequívoca de que desconocían que el sábado se iba a celebrar la histórica reunión de Iruñea.

En realidad, la peña estaba mucho más centrada en la inmensa batalla épica que librarían Lalachus y David Broncano durante la nochevieja contra el facherío, representado en este caso por Cristina Pedroche y Alberto Chicote, como lo está durante el año representado por el casposo Pablo Motos. Lo del facherío no lo digo yo, lo dice mucha gente que me rodea, que siente el citado combate televisivo como si estuviera en juego quién sabe qué. Todo ello de vital importancia, como se sabe, para el futuro de Euskal Herria. En fin. Frente a ello, qué más dará que nuestras instituciones puedan gestionar esta u otra materia o nuestros pelotaris puedan desfilar con la ikurriña en un campeonato del mundo. Definitivamente, entramos en 2025 siendo más españoles que nunca, más asimilados que nunca por la agenda española y con todo lo nuestro más en peligro que nunca; esa es la realidad que vive uno en su entorno y que ninguna matemática electoral puede maquillar. De tanta revuelta televisiva, a uno lo que se la ha revuelto ha sido el estómago. Y no precisamente de la risa.