Dicen que el hábito de mirar las esquelas se va adquiriendo con la edad. No es mi caso, ya que las devoro desde la adolescencia. Son ya muchos años escuchando a mi gente que tampoco en esto soy muy normal. Tampoco en esto. Lo cierto es que es así como me enteré del fallecimiento de Ibon Navascues Ugarte. Y menos mal, porque si no llega a ser por ello, no lo habría sabido. Solo unas pocas personas como Iñaki Anasagasti perseveran en su empeño de mantener vivo el recuerdo de hombres y mujeres que han protagonizado capítulos importantes de nuestra historia, pero los hemos olvidado -apartado- de manera ingrata. Con mucha razón pero poco éxito, también protesta habitualmente Anasagasti sobre el nulo eco que se hacen nuestros medios de comunicación públicos de noticias como esta, cuando en algunos casos se trata incluso de personas que, allá en los 80, trabajaron para crearlos.
Fue Navascues un abogado y político que desde muy joven combatió contra la dictadura franquista. En 1962 formó parte de la delegación vasca del mal llamado Contubernio de Munich, representando a EGI. Tal y como escribimos en este diario con motivo del fallecimiento del oñatiarra Juanito Zelaia, es este un tema del que se ha contado poco. Salvo testimonios de algunos de los allá presentes, como Kepa Anabitarte y Eugenio Arzubialde, y aportaciones como las de Idoia Estornés, poco más. Con Ibon Navascues se nos va un testigo más de todo aquello. Posteriormente, en 1970, formó parte del equipo de abogados del Proceso de Burgos; en concreto, se encargó de la defensa de Xabier Larena. Una década más tarde fue parlamentario en Gasteiz y tuvo también responsabilidades en el Gobierno Vasco. Años de construcción, ilusión y esperanza. Juzgue el lector si lo anotado en esta breve reseña no da para bastante más que una esquela. Goian bego Ibon Navascues Ugarte.