La verdad es que los plenos del Parlamento de Gasteiz poco tienen que ver con lo que sucede en las Cortes de Madrid. Lógicamente, habrá quienes, acostumbrados –incluso enganchados– a las trifulcas y peloteras de allá, consideren pelín sosito lo de aquí, pero desde el punto de vista de la higiene democrática podemos respirar más tranquilos. Cierto aburrimiento no es necesariamente malo en la política. A estas alturas damos por confirmada aquella sensación inicial nuestra, de que tanto jelkides como bildukides habían acertado con sus respectivas apuestas por Imanol Pradales y Pello Otxandiano.

Consciente de que la alianza PNV-PSOE necesita votos en Araba y Gipuzkoa, la semana pasada el jefe de la oposición puso el modelo fiscal encima de la mesa, ofreciendo un pacto global a quienes dirigen también las diputaciones forales. La jugada resultó inteligente y obligaba al lehendakari y a los partidos del gobierno a mover ficha. Suponemos que la cuestión se estaría cocinando desde antes, pero lo cierto es que la respuesta llegó ayer con el anuncio de un acuerdo fiscal y tributario entre los coaligados. La víspera, EH Bildu alcanzó también un acuerdo con el Gobierno de Nafarroa en torno a un presupuesto que poco parece diferir en materia fiscal con el de los otros tres territorios de Hegoalde.

Siendo sutil, como hemos reconocido, el discurso de la izquierda abertzale en Gasteiz del pasado viernes, su formulación adoleció, sin embargo, de una desmesura encaminada a la búsqueda de titulares facilones, que pueden causar alborozo entre los propios en el instante, pero complicarles la argumentación de cara al futuro. Y es que vocear que aquello que no recabe su apoyo en esta materia es optar por el modelo de Isabel Díaz Ayuso, supone un ejercicio hiperbólico de difícil venta. Definitivamente, uno de los mayores escollos para su credibilidad, es el dispar comportamiento aquí con respecto al que exhiben en Nafarroa. También en Madrid. Comprensible en cierta medida, pero no tanto.