En todas partes cuecen habas, pero posee el socialismo vasco en especial una extraña capacidad de seducción para atraer a cargos procedentes de otros ámbitos ideológicos, de tal manera que en las instituciones que gobiernan confluyen en alegre biribilketa personas que prácticamente hasta la antevíspera han militado en causas tan antagónicas como el comunismo y el liberalismo a ultranza; el independentismo y el unionismo cerril. Ciertamente, la evolución ideológica y los nuevos aires son a menudo sanos, incluso deseables. Sin ir más lejos, en el citado partido habitan –o han habitado– no pocas mujeres y hombres que le merecen a uno un gran respeto personal e intelectual. La valoración se torna diferente cuando súbitas conversiones coinciden milagrosamente en el tiempo con cambios en las situaciones laborables de sus protagonistas en las formaciones políticas de origen.

Así las cosas, hay quienes explican su transformación con orgullo, amén de un discurso político sólido. Perfecto. Otros no lo tienen tan fácil, debido a su escasa aptitud para hacerlo, pero también por el hecho de que la huella dejada resulta difícil de cohonestar con el giro. Tenemos, por ejemplo, el reciente caso de un exjuntero de EH Bildu de Bizkaia, azote de un gobierno foral del que, casi sin solución de continuidad, ha pasado a formar parte como asesor socialista, no sin antes realizar su última hazaña, consistente en dictar la expulsión de Eusko Alkartasuna de Maiorga Ramírez y cuatro dirigentes más, quienes, lógicamente, debieron ser readmitidos. Desnuda como queda, a esta tipología de camaleón no le queda otra que esgrimir exóticas justificaciones como la necesidad de realizar un tránsito vital. Pero, con todo, el más entrañable –es un decir– grupo lo conforman aquellos que ocultan con gran ahínco su vida política anterior, o la minimizan como venial y anecdótica cuando esta no se puede borrar. Piensan que la ciudadanía es imbécil.