Tengo para mí que difícilmente encontramos a guipuzcoanos que no estén orgullosos de su pueblo, que bien puede ser aquel lugar que les vio nacer o aquel al que llegaron para poner en marcha un nuevo proyecto de vida. Todo ello sucede, bien por el paisaje, bien por sus gentes, bien por las vivencias propias que establecen un vínculo afectivo imposible de borrar. Pero también porque durante siglos –no es una exageración– siempre ha habido personas empeñadas en escudriñar archivos, escribir biografías, rescatar recuerdos, para que sus gentes los conocieran. En Oñati, Xabier Ugarte ha sido uno de ellos hasta que la muerte se lo llevó la semana pasada. El duelo vivido el lunes fue inmenso, aunque uno difícilmente podrá olvidar aquella ovación espontánea, ofrecida quince meses atrás al ausente Xabier cuando el presentador lo citó en el memorable concierto que el coro Sugar ofreció en los agustinos con motivo del cincuentenario del fallecimiento de Aita Madina. Su Madina, sus agustinos.

Tras una reforma que se ha alargado más de lo previsto, nos ha tocado la fastidiosa labor de desembalar libros y colocarlos en las nuevas baldas. Como no hay mal que por bien no venga, la ocasión ha venido de perlas para volver a saludar –es un decir– a volúmenes que uno tenía olvidados. Y con ello, para percatarse de que la historia de nuestros pueblos está afortunadamente poblada de personas o colectivos que, como Xabier Ugarte, lo dieron todo para dar a conocer su gran riqueza, preservarla y divulgarla. Hasta hace poco cabía albergar dudas sobre si todo esto se iría acabando. Pero, afortunadamente, emergen nuevos románticos dispuestos a tomar el relevo. Lo que no está tan claro es si seguirán surgiendo lectores que aprecien su labor. El inmenso trabajo de Xabier Ugarte y muchos como él merece algo más que el lamento en un funeral. No hay mejor homenaje, mejor agradecimiento, que disfrutar con las bellas lecturas y grabaciones que nos han legado todos ellos.