Aunque, obviamente, es más antiguo, se le atribuye a Deng Xiaoping la utilización en el discurso político del dicho: no importa que el gato sea negro o blanco, sino que cace ratones. Así vienen argumentando en todo lugar y todo momento los defensores de líderes y de gobiernos que protagonizan actuaciones de dudosa –o nula– pulcritud y legalidad. Por ejemplo, dirigentes políticos corruptos a los que sus seguidores les consienten que roben porque, dicen, hacen obra; o (ex)monarcas saqueadores a los que sus lisonjeros tratan con indulgencia porque, dicen, consiguen contratos millonarios. Se trata del pragmatismo de los (supuestos) resultados elevado al límite, puesto por encima de todo.

A raíz de la Ley de Vivienda, andan los socialistas insistiendo en que poco importa si las decisiones se toman en Madrid y Gasteiz si estas son justas. Si cazan ratones. En el fondo, tal argumentación, esa especie de qué más da, parece denotar cierto reconocimiento de que, cuando menos, el asunto resulta discutible. Tampoco ha estado excesivamente afortunado (para su causa) un gobernante socialista vasco cuando, a raíz de esta controversia, ha disertado recientemente sobre interdependencias, sacrificios y cesiones de soberanía. He ahí otra aceptación implícita de que la protesta tiene, cuando menos, fundamento jurídico y político.

Es la del autogobierno una cuestión que tanto el partido de Pedro Sánchez como su nuevo gobierno –si es que se constituye– deberían tomarse mucho más en serio, cumpliendo la palabra dada y evitando pulsiones recentralizadoras de las que difícilmente escapan; amén de frivolizaciones en el discurso. Con la ley ahora en discusión han tratado de circunscribir la discrepancia a un solo partido, el PNV, y al ámbito ideológico. La realidad es que también Junts, ERC, BNG y CUP denuncian la agresión al marco competencial de sus respectivas comunidades. Como se ve, todos ellos partidos de derechas, defensores de grandes constructoras y grandes tenedores. En fin.