La última semana preelectoral ha estado marcada por el vídeo publicado por EH Bildu englobando al PNV en el bando de los fascistas, y la posterior petición de perdón por parte de Arnaldo Otegi, aceptando que flamear tal mensaje fue un error. En las filas jelkides han agradecido el gesto, aunque algunas voces han lamentado que la disculpa incluía una dejada en el txoko –una supuesta alianza con Vox– que no se corresponde con la realidad. Del mismo modo, ha habido quien ha percibido en todo ello una especie de teatrillo equiparable a lo que sucedió en la anterior campaña con la inclusión de expresos en las listas electorales: idear una metedura de pata para luego emerger con un rostro empático que refuerce la imagen amable de los nuevos tiempos. Sinceramente, no lo veo así; no soy tan rebuscado. Se ha tratado de un traspié, enmendado con una sincera aceptación de haberlo cometido.

Además del lógico enfado generado en las filas del partido de Andoni Ortuzar, debemos reconocer que también hubo en el espacio que conforma la izquierda abertzale algunas voces que advirtieron desde el primer momento de que el vídeo no venía a cuento; que era falso en su argumentación, amén de contraproducente. No fueron pocas las personas que se les echaron encima, aplaudiendo la ocurrente iniciativa audiovisual y pidiendo más madera. Sin embargo, la petición de disculpas de su líder le pilló con el pie cambiado a esta entusiasta clá, de tal manera que hubo quien procedió a borrar en las redes sociales su adhesión inicial a una arenga que consideraban brillante. Otros han mantenido sus aplausos al vídeo enmendado pero a su vez los han reproducido a la enmienda de Otegi, lo cual resulta chocante. Siempre hemos pensado que lo mejor de los partidos políticos es la militancia comprometida con su causa. Lo peor, esa parte hooliganera de la afiliación incapaz de tener criterio propio, deseosa de que le liberen de pensar. Luego les pasa lo que les pasa.