Forma parte del ritual, que quienes obtienen rotundos triunfos electorales desde la oposición anuncien con solemnidad el inicio de nuevos –e históricos– ciclos. También lo hacen los dirigentes de nuevas formaciones políticas que emergen con fuerza creyendo haber acabado de manera definitiva con la hegemonía de viejos partidos, los bipartidismos o el orden establecido. Casos como los de Syriza, Podemos, Ciudadanos o Movimiento 5 Estrellas, entre otros muchos, indican lo estéril de realizar augurios campanudos, ya que muchos de ellos decaen en (relativamente) poco tiempo. Aquí, más cerca, la irrupción con una fuerza inmensa de la reformulada izquierda abertzale en mayo de 2011 (y la potente reválida de meses más tarde en las elecciones generales), la situaba para muchos en Ajuria Enea al año siguiente. Tras varios batacazos posteriores, han pasado doce años para que reproduzca un escenario similar. Siendo entendibles las lecturas eufóricas, lo sería aún más cierta cautela en la victoria.

Saber perder tampoco resulta fácil, menos aún para quienes no acostumbran a hacerlo. Y es que las respuestas iniciales de manual, tales como el anuncio de una profunda reflexión autocrítica, no siempre van acompañadas de medidas concretas que hagan constatar que, efectivamente, el mensaje ha sido recibido. El desgaste por muchos años de gobierno, el descontento por actuaciones necesarias pero impopulares, la crispación social existente en no pocos ámbitos o algunos excesos en el manejo del poder explican en cierta medida la caída del hasta ahora partido mayoritario del territorio, pero no puede uno dejar pasar por alto otro hecho que no es menor: las pasadas elecciones se le han visto las costuras en gran cantidad de municipios. No deja de ser cierto que se trata de un problema generalizado en la política actual, pero sorprende mucho en un partido organizativamente boyante hasta hace relativamente poco. Reconectar el radar resulta imprescindible para ellos.