Le hemos oído contar a Nikolas Segurola que había un bertsolari al que le pusiera el tema que le pusiera (u ofizio, en curiosa adaptación al euskera de la palabra castellana), cantaba lo que se le ponía en la punta de la nariz, con lo cual al de Matxinbenta le asaltaba la sensación de que su labor era en aquellos casos prescindible. Es idéntica la opinión que extraemos cada vez que Pedro Sánchez se dispone a contestar en las Cortes Generales las preguntas e interpelaciones de los representantes del arco parlamentario: ¿Qué hora es? Manzanas traigo. Un nuevo ejemplo lo vivimos ayer cuando Aitor Esteban quiso saber la opinión del presidente español acerca de unas declaraciones de Eneko Andueza sobre el ascenso del teniente general Espejo.

Lo cierto es que lo que allá viene sucediendo es una burla constante al parlamentarismo. Sucesiones de ovaciones y abucheos teatralizados; réplicas y dúplicas escritas antes de escuchar lo que se dice contestar; búsqueda obsesiva de cortes de pocos segundos que circulen por nuestros teléfonos móviles (¡qué más dará el resto de la intervención!). Se pregunta uno si no existe en los reglamentos de las cámaras instrumentos para poner orden en este lamentable espectáculo. Y voluntad en sus mesas para ejercer su labor con dignidad.

Suceden en las lenguas curiosas circunstancias. A pesar de compartir etimología, derivan a veces las palabras en significados diferentes en función del idioma que la adopta. El término sesión del castellano ya sabemos lo que indica. En euskera, sin embargo, sesioa se refiere a la bronca, a la trifulca. Algún fabulador tendría la tentación de otorgar la autoría de tal particularidad al ingenio de un vasco que acudió a muchas reuniones tumultuosas. Parece que no es así, pero no deja de ser una realidad incontestable que la expresión en euskera sesio parlamentarioa representa mucho mejor lo que allá acontece habitualmente que hablar de una sesión parlamentaria. Lo cual es tan triste como vergonzoso.