Hay quien opina que se trata de una maquiavélica jugada táctica y quien observa una hábil ciaboga estratégica. Frente a ellos se encuentran quienes hablan sin ambages de renuncia y de traición. Lo cierto es que ERC hace tiempo que dio un golpe de timón a su actuación en el seno del movimiento independentista de Catalunya. Debemos también reconocer que, hasta el momento, tal giro apenas ha producido desgaste electoral alguno al partido de Oriol Junqueras. Otra cosa es hasta cuándo le durará el estado de gracia: parece un ejercicio de malabarismo muy complicado estar constantemente en misa y repicando, como en la Cumbre que se celebra hoy en Barcelona.
El primer hito de esta nueva singladura consistió en acordar con Pedro Sánchez la constitución de una mesa de diálogo. Los réditos de aquel foro anunciado con rimbombancia son infinitamente menores que los del fichaje de Frédéric Peiremans por la Real Sociedad, que ya es decir. Posteriormente han llegado las modificaciones legales de los delitos de sedición y malversación, vendidas también como medidas balsámicas para calmar los ánimos y subsanar injusticias. Vista la interpretación que algunos jueces y fiscales comienzan a realizar, parece evidente que, también en esto, el tiro les ha salido por la culata. Un ejemplo: la extradición de Carles Puigdemont parece más probable que nunca.
Sectores del independentismo catalán claman que era precisamente esto lo que perseguía ERC. Sinceramente, yo no lo creo. Pero ello no es óbice para que constatemos que decidieron ir a por lana y están saliendo trasquilados. También humillados por unos socios socialistas que no se cansan de proclamar con jactancia que lo de Catalunya ya se ha acabado. No es menos triste que los partidos mayoritarios de aquí hayan participado en el juego, a pesar de que tienen allá interlocutores que les advirtieron de lo que iba a suceder.