Era Xavier Trias un alcalde que caminaba hacia la reelección cuando las cloacas del Estado español fabricaron contra él toneladas de mierda, difundidas por la habitual escoria mediática. Lejos de marcar distancias, políticos sin escrúpulos como Ada Colau y Pablo Iglesias se sumaron a la juerga y aprovecharon la ocasión para ganar las elecciones de 2015 de Barcelona. La victoria, por cierto, no se repitió en 2019, a pesar de lo cual la alcaldesa siguió en su cargo gracias a que aceptó gustosamente los votos del siniestro Manuel Valls, cerrando el paso al ganador Ernest Maragall y su partido, ERC. Ada y sus principios. La falta de ellos, más bien.

Que, ocho años más tarde, el exalcalde haya decidido dar el paso para ser de nuevo cabeza de lista de la mano de Junts tiene un valor político, ético y simbólico indudable. Lo cierto es que el mero anuncio de su candidatura está trastocando ya los planes iniciales de republicanos, socialistas y comunes, trío cabecero que hasta ahora veía muy por detrás al partido de Laura Borràs y Jordi Turull, pero ahora sienten cerca su aliento. Independientemente de los modelos de ciudad y de gestión que se pondrán encima de la mesa, resultará muy interesante ver si funciona el voto de resarcimiento de quienes reconocen ahora que Trias fue cruelmente lapidado.

No es menos importante observar lo que sucederá ahora en el espacio de Junts. Si más candidatos de la órbita del PDeCat seguirán la estela del barcelonés y se producirán acercamientos a la hora de conformar las listas electorales en otros municipios. También si Trias conseguirá que se superen los recelos de ciertos sectores del partido, incómodos por su excesiva identificación con la etiqueta convergente y preocupados por la campaña que comienza a diseñar. De lo que no cabe ninguna duda es que la batalla de Barcelona se presenta apasionante y puede tener, además, consecuencias importantes en el futuro político de Catalunya.