Un factor determinante en las victorias de Pedro Castillo en Perú, de Gabriel Boric en Chile y de Gustavo Petro en Colombia fue el giro posibilista que dieron de cara a la segunda ronda electoral. Conscientes de que con la tropa propia no bastaba, se lanzaron a la búsqueda de apoyos periféricos, con la circunstancia favorable, además, de que la candidatura oponente causaba espanto. En Brasil, la elección de Geraldo Alckmin por parte de Luiz Inácio Lula da Silva para su fórmula presidencial responde a una lógica similar. Dicho de otra manera, se trata de dejarse pelos en la gatera; también, como expondría Íñigo Errejón de manera más fina, de tratar de seducir a sectores aliados laterales.

En realidad no hay nada de nuevo en tales ejercicios de realismo, realizados en infinidad de procesos electorales de todo el mundo. Es por ello por lo que sorprende que las personas que conformaron la mayoría en la Convención Constitucional chilena carecieran de tal visión y no se percataran de los cambios que se estaban produciendo en el ánimo social desde que fueron elegidos para su cometido en mayo de 2021. Que ignoraran el descontento de parte de la ciudadanía que en octubre de 2020 se habían sumado con ilusión a la propuesta de una nueva Constitución así elaborada, pero a su vez recelaban de algunos de los enunciados elevados al texto final.

Como era de prever, gran parte de los análisis de la derrota se centran en la labor de los medios y los poderes fácticos. Difícil obviar tales realidades, pero es a su vez descorazonador observar cómo se pasa de puntillas sobre el hecho incontrovertible de que la propuesta constitucional ha sido rechazada porque muchos de quienes solo nueve meses atrás habían apoyado a Gabriel Boric discrepaban de ella. Habrá una nueva Constitución y quienes celebraron con fervor el domingo su efímera victoria regresarán a la aflicción, pero resulta inevitable cierta sensación de oportunidad perdida; de haber regalado el triunfo a un sector que sigue siendo, afortunadamente, minoritario en Chile.