Se han apagado los sones de fiesta que ha durado casi doscientas horas y que es una fiesta singular como cantara el maestro de la música, Miguel Astrain. Tras un paréntesis de casi mil horas de ausencia festiva por la dichosa pandemia por medio, estalló la fiesta y se lucieron pañuelos colorados, gerrikos del mismo color y zapatillas y deportivas, que hoy tras pasar por lavadoras y y planchas ya duermen otra vez el sueño del futuro txupinazo que llegará dentro de un año. En la noche del jueves se apagaron cámaras, se silenciaron micros y se guardaron teclados y blocs de notas de los cientos de periodistas que cubrieron los actos festivos de doscientas horas, con el encierro cada despertar juliano a las ocho de la mañana. La fiesta se convertirá en liviano recuerdo o en gozoso despertar de momentos estelares en el devenir de las fiestas sanfermineras compartidas con miles de ciudadanos unidos por la empatía de un pañuelo rojo anudado al cuello en multitudinario deambular por las viejas calles de la histórica Iruñea, hoy vaciada de jolgorio y trepidante cantar y bailar. Se fue la fiesta, se apagó el riesgo y la emoción de un kilómetro callejero de desafío a los astifinos pitones de morlacos veloces que deberán esperar un año para volver a la emoción, el riesgo y la endiablada velocidad de una manada brava y encastada. Se acabó la licencia para hacer de la fiesta campo abierto de un encuentro humano multitudinario y fraternal. Se cantó el pobre de mí, se bailaron los últimos pasos de las charangas, se adormiló la ciudad en los últimos espasmos de la jota y resonó la copla sonora de no te vayas de Pamplona, y volvió la normalidad y el sentido común a una ciudad quietista y acallada en sus quehaceres diarios. Los medios dejarán de expandir imágenes y sonidos de una fiesta sin igual, que aguardará impaciente la llegada de otro ciclo festivo en las calendas del venidero julio de un nuevo año. Los sanfermines son historia pasada. Pronto comenzará el conteo del uno de enero, dos de febrero, tres de marzo… y como la vida misma, ir venir, empezar y soñar.