Hace ya muchos años que la NBA dejó de ser un lugar vetado a los jugadores europeos. El camino que tímidamente abrieron Glouchkov y Fernando Martín a mediados de los 80 y que luego siguieron con mejor nivel Schrempf, Smits o Marciulionis para dar paso a los ya estelares Divac, Petrovic o Kukoc hace lustros que ha deparado jugadores top 10 y top 5 de la Liga, caso de Gasol, Parker, Ginobili, Nowitzki y, más recientemente, Antetokounmpo, Jokic y Doncic. Jokic, por ejemplo, lleva ya tres galardones de jugador más valioso y pasa por ser el mejor europeo de la historia, con una asombrosa facilidad para leer el juego, anotar, pasar y rebotear. Algo parecido, aunque con menos altura, es capaz de hacer la gran estrella de la última semana, el joven Luka Doncic, que llevaba seis años en Dallas y que sorpresivamente ha sido traspasado a sus espaldas a los Lakers. Así funciona aquel negocio: son multimillonarios, pero en algunos casos esclavos de quien les paga, que juega con sus derechos y su propiedad, al punto de que los jugadores se enteran de sus destinos sin saber nada previamente. Contradicciones del país capitalista por antonomasia. El caso es que los Lakers, que ven que Lebron James tiene ya 40 años –está rindiendo a un nivel asombroso– necesitaban un líder indiscutible que liderara a la franquicia los próximos cinco u ocho años y Doncic es uno de esas cuatro o cinco estrellas que lo puede hacer, más allá de que eso se pueda traducir en títulos o no. Han ganado un título de los últimos 14 en juego y quieren hacerse con el reinado que en el Oeste han tenido los Warriors en los últimos años. No será fácil, a pesar del inmenso talento de un Doncic que, pese a su exceso de peso en ocasiones y a su por ahora floja defensa, es capaz de llevar a cualquier equipo muy arriba si le acompañan dos o tres piezas destacadas. Espectacular movimiento de los Lakers, que quién sabe si pasará a la historia.