No vi Twin Peaks, ni muchas de sus películas, pero sí que vi El hombre elefante, Terciopelo azul, Corazón salvaje y, por último, Una historia verdadera, que para mí es una de esas 10 o 15 películas que ves en la vida y que se quedan contigo ya para siempre, una historia tan rocambolesca como sencilla, de planos largos y tranquilos y bellos, con una banda sonora excepcional y tres interpretaciones magistrales de Richard Fansworth –que se suicidó poco después al descubrirle una enfermedad terminal–, la siempre increíble Sissy Spacek y el extraterrestre Harry Dean Stanton. A raíz de la muerte de Lynch el pasado viernes, leí una frase suya que me impresionó y gustó y que emparenta con la idea que precisamente tengo de Una historia verdadera, en la que un granjero se entera de la enfermedad de su hermano y, como no tiene medio de ir a visitarle más que en su cortacésped, lo coge e inicia un viaje lento de seis semanas a lo largo de Estados Unidos. Lynch decía: simplemente ralentiza las cosas y todo se volverá más hermoso. No sé si él se refería al cine o a la vida en general, pero puede valer perfectamente para ambas, puesto que tanto en las artes como en la vida vivimos en la era de la prisa total, el montón de planos o acciones, los cambios de atención, la velocidad de la información y de los estímulos. Todo eso forma un cultivo que no sé a dónde lleva, pero quizá lleva a que ver ahora una película como Una historia verdadera sea inicialmente complejo. Ya no tenemos la paciencia de antes para la vida o para determinado tipo de cine o de literatura o siquiera en nuestra experiencia en Internet. Nos dan textos cortos, dos o tres detalles e imágenes y huimos de los textos largos y argumentados. En su libro Al final del viaje, Javier Sádaba, filósofo, habla de la incultura como un problema gravísimo. Esta falta de ralentización que reclamaba Lynch seguro que ahonda en ella.
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