Imaginen por un momento estar durmiendo en una pequeña tienda de campaña en mitad del bosque, o de la montaña, usted solo, sin nadie en teoría a decenas de kilómetros y comenzar a notar que la tierra se mueve, que las cosas tiemblan, que en cualquier instante algo te puede caer encima y aplastar. Imaginen que tienen la tienda de campaña a más de 5.000 metros de altitud, a decenas de grados bajo cero, en las laderas del Monte Everest, que con sus 8.848 metros de altura es la montaña más alta del planeta. Esto le pasó el otro día al alpinista alemán JostKobusch. El terremoto que afectó a la frontera entre Tibet y Nepal, que se cobró más de 100 vidas y que pegó en el Valle del Khumbu donde está el Everest le sorprendió en la tienda, que fue golpeada por restos de avalanchas y caídas de piedras y seracs. Por suerte para él, nada lo suficientemente grande como para matarlo, pero sí lo suficientemente amenazante como para enseguida bajar desde los 5.700 metros en los que estaba en la arista oeste porque “no quería que las réplicas me pillaran allá arriba”. No había nadie más en el Everest, Kobusch ha ido solo, se cocina él, transporta el material él y lo hace porque quiere saber hasta dónde puede subir por la nunca subida en invierno Arista Oeste, donde unos días antes del terremoto logró escalar hasta los 7.537 metros de altitud, récord invernal en esa ruta y lógicamente también personal de Kobusch.Este mismo viernes por la tarde anunció que abandonaba el intento y regresaba a casa, explicando que amén del terremoto no terminaba de encontrarse físicamente a tope y que su meta a largo plazo es hacer cima y que por este año ya había cumplido. También algo parecido ha tenido que hacer Alex Txikon, que se volvió del Annapurna tras sufrir una apendicitis. Una decisión sensata también. Los montes no se van a mover. Bueno, a veces sí. Aventura en toda su expresión.
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