Aunque en el Tour tengo preferencia por Vingegaard, a mí encanta Pogacar, me rindo ante su nivel y su compromiso con el espectáculo. Pero no tengo reparo en decir que cuando ataca a 40 kilómetros de meta y deja a todo quisqui reventado y se lleva la carrera, sea la carrera que sea, deja de tener toda la emoción que tenía cuando no existía Pogacar. Claro, es una de sus maneras de ganar y, reitero, me quito el sombrero, pero, como espectador que quiere ver una prueba con variaciones, alternativas, contraataques, sorpresas, tensión y aspirantes casi hasta el final, que haya uno tan bueno que la sentencia una hora antes me convierte claramente en un anti Pogacar. Ya digo, no contra él en concreto, sino contra el que se lleva algo de calle y te deja el final y la emoción reducida a escombros. Hoy se disputa el Mundial, que tradicionalmente ha sido una prueba llena de incertidumbre y aspirantes, y, por lo que se lee en redes y en prensa, pocas veces habrá habido un favorito tan nombrado como lo es el esloveno, a pesar de que enfrente vaya a haber un pelotón lleno de figuras como Van der Poel o el mismísimo Evenepoel, capaz, a su manera, de hacer exhibiciones similares a las que hace el esloveno, con arrancadas a mucho de meta y minutadas a los demás. Dicen que el circuito de Zurich es lo suficientemente duro como para que el estratosférico nivel habitual de Pogacar vaya a ser casi inalcanzable de aguantar para los demás, pero yo confío en que no nos quedemos sin pelea con el oro una hora antes de acabar, porque precisamente esa hora final es lo que suele convertir a un Mundial en un Mundial, una carrera de un día que históricamente ha competido en emoción y nivel con Roubaix, Flandes, San Remo o Lieja, pero con mayor pedigrí que todas las pruebas de un día del calendario. Si gana Pogacar, perfecto, pero a ver si podemos disfrutar hasta la vuelta final. Por pedir…