Estoy muy en contra de que se persiga en redes, mediática y empresarialmente a una persona, quien sea, por acudir a una manifestación en la que, a priori, solo se solicita que concluyan las políticas penitenciarias de excepción que se aplicaban a los presos de ETA cuando ETA existía –también eran injustas entonces– y que se siguen aplicando cuando resulta que ETA ya no existe. Desde el convencimiento de que la libertad de expresión, ideología y manifestación sirve para todos, mi apoyo a la actriz que estos días está siendo zarandeada. El problema aquí, no obstante, creo que es más diverso. Y creo que lo es por la sencilla razón de que, como bien dijo el viernes en su columna Xabi Larrañaga refiriéndose a otro escenario, no es nada sencillo “volver a hacer bulto con quien no suele hacer bulto con el resto”. Se refería a manifestarse codo con codo con. Porque es así: la empatía con el dolor ajeno y con las injusticias que han sufrido otros no suele alcanzar para dar el paso de plantarse en determinados actos, los organicen unos o los organicen otros. De hecho, a veces no hay empatía ninguna, ni en un sentido ni en otro, pero se pide y se solicita amargamente respeto cuando, en muchas ocasiones, mi bando poco o ninguno haya demostrado o demuestre en ocasiones similares o paralelas. No seré yo quien afee las ideas de Itziar Ituño, faltaría más, ni seré quien niegue que me parece aberrante que determinadas marcas dejen de colaborar con ella. Pero tampoco se me escapa que, como dice Larrañaga, en este vecindario nos conocemos bien y sabemos que la mayoría de quienes van a un acto así, por lo menos hasta ahora, hacen bulto por eso y por ese colectivo pero no hacen bulto con otros por otros atropellos. Esto es así, guste más o menos, y siempre se respira cuando sucede que se quiere atropellar a alguien y se cometen injusticias, y en el otro lado se le beatifica o similar. Una pena.