Hace ahora un cuarto de siglo fui a una gigantesca manifestación que pedía el fin de la dispersión de los presos. No me han visto más. La convocaron casi todos los partidos y sindicatos, se sumó un montón de entidades y hubo un acuerdo previo según el cual la marcha sería silenciosa. Pronto se constató lo que algunos temíamos. Parte de la multitud empezó a gritar en favor de la amnistía, evidenciando así lo que le importaba aquel compromiso mínimo entre diferentes. Por supuesto, a esa peña ni se le pasó por la cabeza que otros aguafiestas se pusieran a vociferar en defensa del cumplimiento, siempre cerca de casa, de las condenas. ¿Imaginan la pelea de reivindicaciones, Amnistia osoa! frente a Presoak kartzelan!? ¿Alguien cree que habría acabado bien?
Aún rechazo la dispersión –ya lo he escrito aquí–, y comprendo las demandas humanitarias que se añaden cada enero. Pero no nos engañemos. Pues cuando se proclama un consenso social y legal para juntarnos a todos tras una pancarta –el respeto a la dignidad de los presos–, se elude otro consenso social y legal que al parecer ya no concierne a tantos: el respeto a la dignidad de las víctimas, lo cual incluye un castigo justo para los verdugos. Un día como hoy ETA mató a un peluquero en Portugalete. ¿El asesino merece pagar por el crimen o la llamada resolución del conflicto implica que ni se le persiga? Lo pregunto honestamente antes de volver a hacer bulto con quien no suele hacer bulto con el resto. Sirva además la respuesta para aclarar la cuestión a los propios presos, no vayamos a confundir, a seguir confundiendo, más gente en la mani con menos años en la trena.