iberdrola, Repsol, CaixaBank… Todos están ofreciendo sus beneficios en los primeros nueve meses de año y, lejos de sentirme rabioso porque ganen miles de millones de beneficio, lo que creo es que debería mirar en mi interior y abandonar esta postura negativa y abrazar el si quieres puedes, comprarme una caja entera de tazas de Mister Wonderful, todo lo que haya publicado el flipao de Rafael Santandreu sobre el no tener miedo y tal y Pascual, y dejar de echar la culpa a lo exterior y emprender. ¿Emprender el qué? No sé, ¿una masacre o algo menos chocante? El caso es que las grandes corporaciones siguen llenando sus arcas y las de sus accionistas año tras año con la monotonía con la que las nadadoras de la RDA ganaban las medallas en los 80, mientras que yo salgo un mediodía a recoger al crío del cole y me dejo el móvil en casa y entro en parada cardiorrespiratoria, casi. Coño, tuve mi primer móvil a los 27, el primero con Internet a los 41 y ahora si pasó una hora de un día laborable sin él cerca parece que me faltan las cuatro extremidades. Esto es cosa de las corporaciones. De todas. Estas corporaciones se juntan regularmente y nos endilgan drogas de estas para que parezca que tenemos libertad de acción y movimiento y entretenimiento, y en realidad somos un pobres yonkis mirando Tik-Tok o a algún idiota dándose una hostia con una moto en una autopista de Kansas, como si nos importara. Y ellos, mientras, como hormiguitas, siguen ahí, subiéndonos la luz, la comisión, el litro de diésel y todo lo que se menea. Claro, que si haces un esfuerzo sobrehumano y aparcas tu móvil un día entero o ya si eres superman pues una semana entera, tampoco pasa nada a nivel global, más allá de que te pierdas dos o tres dramas por el Whatsapp y decenas de recados y jaleos. La economía general seguirá igual. Y tú sigues siendo un yonki, aburrido además. ¡Qué difícil se ha puesto cambiar el mundo!