El cromo de Sergio Francisco y lo efímero del fútbol
La destitución de Sergio Francisco no es solo una mala racha. Es un aviso de lo difícil que es mantener algo en el tiempo
Hace unas semanas compré unos paquetes de cromos y me salió Sergio Francisco. Aparece sonriendo, con un polo oscuro y el escudo de la Real en el pecho. En el mismo, también, Yangel Herrera con la camiseta del Girona, “la petición” del entrenador, se dijo en el mercado de fichajes de verano. Casualidad y contrariedad: hoy, uno ya no se sienta en el banquillo y el otro, fichado a última hora, apenas ha podido encadenar minutos entre lesiones con la casaca txuri-urdin. Lo efímero del fútbol también vive ahí: en la velocidad con la que la realidad desarma lo que una foto prometía estable. A veces, el proyecto de una temporada cabe en dos cromos.
Y entre un cromo y otro se cuela una frase que siempre vuelve cuando todo se desordena: “el fútbol es un estado de ánimo”, que se le atribuye a Jorge Valdano. Y otra, más de banquillo que de césped, que John Benjamin Toshack soltó con esa lucidez cínica que no envejece: “Todos los entrenadores son despedidos, pero es mejor ser despedido por el Real Madrid que por otro club”. Aunque a nosotros, claro, nos duela la Real.
La destitución de Sergio Francisco no es solo una mala racha. Es un aviso de lo difícil que es mantener algo en el tiempo. Incluso en clubes que presumen de calma. Veníamos de un ciclo largo con Imanol, con momentos muy buenos y una identidad reconocible. Pero el final se gestionó con dudas. Y cuando un club tarda en decidir, lo que llega después suele ser más frágil.
Porque el fútbol no cambia solo por resultados; cambia, sobre todo, por la ansiedad de explicarse. Cuando se pierde el hilo del relato, cuando no está claro qué se está construyendo y por qué, cada derrota abre una grieta, y el entrenador se convierte en el arreglo rápido. Y si además se nota que el proyecto no está apoyado por todos, el ocupante del banquillo queda expuesto. El resultado deja de ser un bache y se convierte en sentencia.
Hacía mucho que la Real no destituía a un entrenador y queda la sensación de que a Sergio Francisco se le ha cuidado poco. Se le eligió para renovar el pulso del equipo, en un momento de cambios, con piezas importantes fuera y sin recambios equivalentes. Pero el club no blindó el contexto y el relato se resintió.
Y el relato no es propaganda: es el libro, una explicación compartida de hacia dónde se va, qué se acepta como peaje de transición y qué no es negociable. Sin ese marco común, cada derrota no abre debate. Abre grietas en el proyecto.
Cuidar a un entrenador no es solo darle tiempo. Es darle condiciones. Es reforzar donde falta, asumir que una transición cuesta puntos, y explicar con claridad qué se espera y qué se acepta durante el camino. Con la destitución de Sergio Francisco, el mensaje implícito suena a lo contrario. Que no hay margen para transitar, que la cuerda está siempre tensa, que el proyecto se somete al marcador sin red.
Sergio Francisco debía ser protagonista de una etapa (con un salto natural al primer equipo después de diez años de éxitos en las categorías inferiores) y ha acabado como símbolo del riesgo: el fútbol dice querer proyectos, pero no se tolera el más mínimo asomo de dudas. Cambiar de entrenador es fácil; construir equipos reconocibles en el tiempo, capaces de regalar “lunes felices” a sus aficionados, coherentes entre lo que se dice y lo que se hace, es lo raro. Eso es rarísimo en el fútbol. Lo normal es el ruido. Las prisas. La necesidad de explicarlo todo cada semana, aunque se supone que nos guía el libro de Jokin Aperribay. Y quizá ahí esté una de las claves. Igual no estamos en la misma página. Puede que ni siquiera estemos leyendo el mismo libro. Por eso, más allá de los libros y los comunicados, lo que queda es otra cosa. No una estadística, sino una sensación.
Vuelvo al álbum. Hay cromos que se pegan para siempre y otros que se despegan con facilidad, aunque no quieras. El de Sergio, hoy, es de esos que se quedan sueltos en el fondo del cajón junto a otros recuerdos futboleros. Intacto, con la sonrisa impresa, pero ya fuera de sitio. Salieron muchos nombres a la palestra como posibles sustitutos, pero ya se ha estrenado en Zubieta el elegido: Pellegrino Matarazzo. Una elección, que, a diferencia de los cromos de cada paquete, no la decide el azar, aunque el cosquilleo se le parezca. Un nombre no ordena el álbum ni recompone el libro. Lo difícil empieza ahora. Que el equipo vuelva a competir y ser reconocible, que el plan aguante el primer tropiezo y que el cromo de Matarazzo no acabe suelto en el fondo del cajón.