El conseller de Ramadería (Ganadería) de la Generalitat manifestó que el origen del brote de la PPA que padecen en Catalunya podría ser un bocadillo con embutido procedente de algún país del Este que acabó en uno de esos contenedores de basura que saben volcar los jabalíes para procurarse la pitanza. La experiencia acumulada por la ciudadanía invita a cuestionar las declaraciones de los políticos: la inminencia de las transferencias pendientes –40 años–; el AVE en Euskadi; el centralismo vizcaino, cada vez más prepotente y desvergonzado, o el encuentro de Mazón con la periodista, que está resultando agotador para todos, son buenos ejemplos. Por eso, la explicación del consejero Ordeig, un tipo que está dando la cara, se tomó a pitorreo. Sólo algunos aceptamos su plausible hipótesis, a pesar de su alto nivel de incertidumbre. Me explico.

La Peste Porcina Africana (PPA) es una fiebre hemorrágica aguda de origen vírico. Es un virus muy complejo, frente al que no existen vacunas, aunque muchos investigadores se afanan en buscarlas con el mismo tesón que Pedro de Ursúa y Lope de Aguirre perseguían El Dorado. Diagnosticada por vez primera en Kenia a comienzos del pasado siglo en cerdos salvajes, saltó a los domésticos. Su mortalidad alcanza el 100%. Se transmite por contacto directo, oral o nasal, por garrapatas Ornithodoros erraticus y por medio de material contaminado como vehículos, ropa, calzado, herramientas, piensos… La vía de entrada más frecuente del virus es a través de alimentos o productos contaminados ingeridos por cerdos o jabalíes, únicos mamíferos afectados. No supone ningún riesgo para las personas y si se destruye la carne de los animales enfermos. Es para evitar la difusión de la enfermedad.

No debe confundirse con la Peste Porcina Clásica (PPC), descrita por primera vez en Tennese (EEUU) en 1810, frente a la que existen vacunas y está erradicada en España desde 1986. Es un poco lioso esto de las pestes porcinas, pero nadie dijo que las Ciencias Veterinarias fueran cosa baladí.

En 1957 llegó a Lisboa desde Angola en avión. Los residuos del catering los aprovechaba un empleado para cebar una piara de cerdos en una cochiquera cercana al aeropuerto, donde se diagnosticó el primer foco europeo. El virus fue extendiéndose poco a poco hasta llegar a Extremadura, de la mano, dicen, de los contrabandistas del barrio pacense de El Gurugú, mientras que otros culpan a un guardagujas de la estación de Badajoz, que también criaba unos cochinos con los restos de la cocina del Lusitania Express. 

El caso es que el virus circularía sin control desde 1960, contando con la ayuda de legiones de emigrantes que, con sus chacinas caseras, lo distribuyeron por toda Europa. Sólo en 1995 se logró erradicarlo a costa de sacrificar millones de cerdos y con la prohibición de alimentarlos con restos de cocina –txerrijana–. En este momento, con la excepción de Cerdeña, donde penetró el virus en 1978 a través de alimentos contaminados de origen español, nuevamente la Leyenda Negra, la Unión Europea se consideraba libre de esta enfermedad.

En 2007 se detectó en Georgia por restos alimenticios de un buque procedente de África, diseminándose por todo el Este europeo. En 2018 se diagnosticó en China y en Vietnam.

Algunos comprenden ahora la prohibición de viajar con carnes o embutidos sin tratamiento térmico. Dudo que el consejero Ordeig sea un experto en Historia de la Veterinaria, pero su tesis era acertada a priori, aunque ahora exista otra, basada en la genómica molecular, que aboga por la fuga del virus de un centro de investigación.

Bioseguridad

El trabajo con agentes biológicos en laboratorios se regula por una serie de niveles de bioseguridad (NBS), clasificados del NBS-1 al NBS-4, según los riesgos para la salud humana y el medio ambiente. Recientemente han sido actualizados por la OMS, incorporando riesgos emergentes como inteligencia artificial, manipulación genética y ciberseguridad. Para el virus de la PPA se exige el nivel de bioseguridad 3 (NBS-3). Aunque ya sabemos que el riesgo cero no existe, una vez descartado lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, debe ser la verdad –Sherlock Holmes dixit–.

Parece mentira que pueda fugarse un patógeno de un laboratorio NBS-3, donde se manipulan microorganismos de alta peligrosidad, con accesos restringidos, estrictas medidas de control, rígidos protocolos de protección, descontaminación y destrucción de muestras y residuos, pero todo apunta hacia esa dirección y tenemos el precedente de Wuhan y la que se armó. 

Extraña la pésima gestión de la fauna del entorno del laboratorio, consecuencia de la nefasta obra legada por Walt Disney, adoptada por los progres animalistas conservacionistas y la falta de agallas de los políticos del ramo. Ahora recurren a expertos europeos para salvar la papeleta. En Euskadi continuamos mareando la perdiz.

Investigadores del IRTA-Centro de Investigación en Sanidad Animal (CReSA), ubicado en la zona cero del brote, trabajan con muestras de la variante de la PPA conocida como Georgia 2007, la cepa específica que ha sido encontrada en los restos de los animales fallecidos. Cepa que, por lo demás, no está presente en el medio natural, sino que es una variante del virus de las que se consideran de “referencia”, es decir, que prácticamente ha desaparecido de la fauna salvaje, sobre la que acaban de publicar sendos trabajos en la revista Veterinary Sciences, el 15 de octubre de 2025, y en Veterinary Quarterly, publicado en línea el 3 de noviembre de 2025. Mucha coincidencia. Blanco y en botella. Como ocurriera en China, una rigurosa auditoría concluirá que todo se hizo bien y aquí paz, y después gloria.

Hoy domingo

Alcachofas de la Mejana tudelana. Solomillo de cerdo al horno con ensalada de escarola. Manzana asada. Tinto Amaren crianza 2021, de Samaniego (Álava). Agua del Añarbe. Café, petit fours de Gasand.