De la autora de El sábado en Bilbao se llamó a la kale borroka llegó ayer Sólo un dictador puede obligar a los médicos objetores al aborto a hacer lo que no quieren hacer, referido a declararlo en un registro. Isabel Díaz Ayuso ignoró la realidad de la movilización por Palestina y la ignoró de nuevo al convertir en secreta la objeción de conciencia. Los objetores –servicio militar, eutanasia,...– saben que el suyo es un gesto público, un ejemplo de convicción. Escaquearse no es un ejercicio de conciencia. Ayuso debería entender que ignorar es perdonable, pero fomentar la ignorancia es miserable.
También ayer, Carlos Mazón defendía en el Congreso su proceder –no proceder, más bien– durante la dana. Sostuvo con firmeza que él no era responsable y que nada habría cambiado de haber estado él en el Centro de Coordinación de Emergencias. Pero se cabreó cuando le tomaron la palabra para definirle como irresponsable e inútil.
Yllegamos a Leyre Díez, que resulta muy poco interesante para el ministro Óscar Puente, hasta considerar lo suyo “un folletín”, y para la ministra Diana Morant, que la calificó de “Antoñita la fantástica”. En el PSOE hacen ver que la exconcejal es una especie de Pequeño Nicolás con más fantasías que fundamento, a pesar de que se ganó cargos de designación directa en empresas públicas cuando esgrimía carné del partido. A alguien engañaría bien para eso.
El común denominador de los protagonistas de ayer: que todos aparentan una vocación de distanciarse de la verdad. A veces, las apariencias no engañan.
En ese entorno de falta de luces se apagó tristemente la de Marcos Vizcaya. Exponente de esa generación que construyó la institucionalización y el sustento jurídico del autogobierno vasco tras el franquismo, se ve que ha preferido no soportar el akelarre de los nostálgicos del dictador en un par de días. Se evita las mentiras con las que se sustentan. Allá donde tú vas no te vas a topar con él. Goian bego.