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Rubio de bote

Patxi Irurzun

¡Si lleva algo le pinchas!

¡Si lleva algo le pinchas!Freepik

Hace muchos años, un día que volvía de la universidad atravesando un parque, me atracaron dos yonquis. Aparecieron entre las sombras, sudorosos y pálidos como fantasmas, como espectros de sí mismos, es decir, de lo que eran antes de que la heroína envenenara sus venas. Uno de ellos sujetaba con pulso tembloroso una faca. Al otro, el que daba las órdenes, le tiritaba la voz, pero intentaba aparentar ferocidad: “¡Suelta todo lo que tengas!”, me espetó.

Un escalofrío me atravesó el cuerpo. Yo no llevaba un duro encima. No tenía ni para tabaco, y eso que entonces en los quioscos vendían cigarrillos sueltos. “No tengo nada”, conseguí balbucear. “¡Si lleva algo le pinchas!”, ordenó entonces el de la voz tiritona, y entre los dos comenzaron a registrarme, con una desesperación que me resultó aterradora, pues temí que su frustración les llevara a hacer alguna locura. 

Sin embargo, cuando comprobaron que no les había mentido, me dejaron marchar. Al menos, durante unos metros. Después, a mis espaldas, oí que volvían a acercarse. Las piernas apenas me sostenían en pie y no conseguí echar a correr. “¡Eh, colega, espera, espera!”, me detuvo el que llevaba la voz cantante, echándome un brazo al hombro. Musité una blasfemia y a la vez recé en silencio para que en el bolsillo pequeño de mis vaqueros no hubiera dejado olvidada alguna moneda. “Perdona, tío, no queríamos asustarte”, se disculpó, pero lo más sorprendente vino después, cuando el otro añadió: “Lo siento, tú estás peor que nosotros”, dijo.  

“Vale, vale, no pasa nada”, conseguí contestarle, y me alejé desconcertado. Después, ya al amparo de las luces de la ciudad, cuando me calmé un poco, noté, a la vez que alivio, una mezcla de rabia y abatimiento. Aquellos yonkis me habían hecho sentir pobre como una rata de alcantarilla y los odié por ello. 

Ahora, por el contrario, lo pienso y creo que había en ellos una extraña honradez, una extinguida conciencia de clase. Desde entonces han vuelto a atracarme, de otro modo, muchas veces: trabajos mal pagados, especulación inmobiliaria, rescates bancarios, inflación alimentaria… Pero lo peor de todo es que últimamente observo cómo la escena del parque, pobres asaltando a pobres, se repite cada vez con más frecuencia: jóvenes sin futuro que salen a cazar inmigrantes, millennials contra pensionistas, obreros que votan a partidos que se oponen a la reducción de jornada laboral o la subida del salario mínimo interprofesional… La diferencia ahora es que quienes perpetran esos atracos no solo no se disculpan, sino que además clavan la faca a sus iguales.