Intentando recuperar mi rutina del tiempo de rutinas, me recojo como cada quincena a pensar. Es un recogimiento otoñal, no solo por las hojas y castañas que pueblan el suelo sino también por recordar esta época de recogida de frutos de otoño que me lleva a recuerdos imborrables de mi infancia y adolescencia.

Siendo muy joven, cada año por estas fechas dedicaba tiempo a recoger manzanas y hurras en el jardín que teníamos en el pueblo y que llamábamos “el manzanal”. Al tiempo, era una época en la que desde muy pequeño y conjuntamente con mis amigos nos dedicábamos a hurtar manzanas, peras, nueces, hurras y lo que fuera por diferentes huertas y caseríos del pueblo como un divertimento que, a veces, ocasionaba el enfado de los legítimos propietarios de aquellos frutos.

Un año me sentí solidario e invité a mi cuadrilla a robar hurras en el jardín familiar, y una tarde septembrina logramos sisar una buena cantidad de avellanas de los árboles. Ocurrió que Facundo, que tenía allá una pequeña huerta y vigilaba la propiedad, nos vio y llegó a disparar con una escopeta que cargaba con cartuchos de sal cuyo alcance no iba más allá de 10 metros. Ni acertó ni logró pillarnos, pues entonces éramos rápidos y ágiles, pero el espía se chivó a mi aita. 

Cuando volví al hogar satisfecho con la hazaña de invitar a robar a mis amigos en mi casa, me esperaba aita con cara seria. Tras el sermón, concluyó diciéndome que a la siguiente me castigaría seriamente para que no lo pudiera olvidar. Suspiré aliviado hasta que intervino la represora de ama y le comentó a su marido que no se trataba de esperar, que había hecho algo mal y que solo aprendería si recibía un castigo. Y tras un rato de filípica de ama a aita, terminé castigado una semana sin salir de casa

Esto me lleva a preguntarme sobre si hay que castigar al que no se ha portado bien en el primer momento o hay que darle oportunidad de rehabilitación para que no insista en su maldad, lo cual, a su vez, me lleva –siempre con el odio desde lo más profundo de mi alma, a D. Netanyahu– a las manifestaciones contra La Vuelta, que tras pasar sin problema por Italia y Francia, se topó a partir de Bilbo con la suspensión de varias etapas, y además con riesgo, como el disparo del bueno de Facundo que no llegó a alcanzar a nadie a quien le hubiera escocido el culo una semana, cuando en La Vuelta alguien se pasó y un corredor se fue al suelo. Y dios me libre de que alguien crea que establezco una comparación entre robar hurras y exterminar a un pueblo. Para nada, solo que una cosa me lleva a la otra. 

Y sabiendo que Israel lleva meses cometiendo un genocidio en Palestina, vengo días preguntándome por qué ahora estallan las protestas contra Israel. ¿Y es que, desde cuándo Israel viene asesinando palestinos? ¿Desde cuándo se han superado todos los límites a lo que ellos llamaron legítima defensa? ¿O cuántos palestinos habían muerto o herido hasta febrero, cuando vino el Maccabi de baloncesto a jugar a Gasteiz y nadie quiso parar aquel partido? ¿O cuántos niños palestinos habían sido asesinados cuando Israel participó en Eurovisión y casi ganó, incluidos los votos que le otorgó España?

Siendo que empiezo a pensar como mi ama, que exigió un castigo al primer atisbo de gamberrismo, no me parece normal que justo ahora se proteste airadamente cuando en abril, mayo, junio y sucesivos no parecía que hiciera falta. Y es que cada vez más me convenzo de que lo ocurrido podría haberse hecho antes, pero ha ocurrido cuando a algunos les ha interesado que ocurriera. Me pregunto si esos actos han servido de algo al pueblo palestino que está en Gaza o quizás han sido más útiles para aglutinar público alrededor de los alentadores de este jaleo, en general personajes que no han visto en su vida una prueba ciclista. 

Y puesto a preguntar cosas, se me ocurre que, si bien me parece ideal protestar contra la presencia en La Vuelta de Israel, un país que objetivamente desprecia los derechos humanos, no entiendo que nadie se movilice, ni siquiera critique, la presencia de equipos que promocionan directamente países como UAE y Bahrain o, en segunda instancia, como el Jayco, una región de Arabia Saudí. ¿O es que quizás esos estados son un dechado de respeto a los derechos humanos y especialmente los de las mujeres y yo no me he enterado?

Además de todo, las críticas contra Israel están sirviendo como disculpa para reprochar al contrario, como la de Bildu filtrando que GKS tiene su información web depositada en servidores de empresas israelíes, GKS acusando en la apertura de curso a la EHU-UPV de ser cómplice del genocidio por tener alguna relación con centros israelíes o algo así o D. Hernández, líder parlamentario de Sumar, pidiendo explicaciones al Gobierno vasco por no sé qué aplicativo de control de presos que es de una empresa israelí, cuando él utiliza un Iphone o un Samsung, obsequio del Parlamento, que albergan un popurrí de tecnologías israelíes. Y tiro porque me toca. Mientras tanto, el bueno de Óscar Guerrero, alsasuarra director del equipo Israel, ha tenido que volver a casa por pintadas con amenazas en su casa. ¿Alguien protestará por esto? 

Tras todo este lío, no he llegado a ninguna conclusión cierta pero, como profundo odiador de lo que viene haciendo Israel desde hace mucho tiempo con los palestinos y, al tiempo, aficionado al ciclismo, sí he aprendido que las protestas hay que hacerlas, como pensaba ama, desde el momento en que el comportamiento odioso comienza y no cuando lo decide alguien que, además de rechazar lo que hace Israel, pretende arrimar el ascua del conflicto a su sardina electoral. Y que los ciclistas no son malas personas.