La salud me ha tenido un tiempo fuera de juego y, al volver a la vida cotidiana no me ha parecido que los grandes problemas del mundo hayan mejorado. Aunque el hablador de Trump anunció que los arreglaría en un abrir y cerrar de ojos. Europa también está para dar miedo. Sin coraje para plantarse ante el fantasma americano y creciéndonos el pus fachoso en las entrañas, estamos poniendo en duda muchos avances sociales que creíamos conseguidos para siempre. Más cerca, en este estado, la salsa política huele peor cada día y los que los quieren sustituir a los que mandan, con un curriculum apestoso de campeonato, dan pavor. Los jueces encargados de la Justicia, aparecen tan interesados como la hija de la marquesa del romance y muchos periodistas que deberían ayudarnos a entender algo, por conseguir un titular llamativo e interesante para su causa, enamorados como aquella, pero de la mentira.

La gente de buena voluntad se pregunta: ¿qué hacer para que esto mejore? Respuesta facilona y extendida: nada, no tenemos fuerza para tanto. Otros son más pesimistas: todos (excepto ellos) son iguales, cada uno mira por sí mismo, a su bolsillo y nada más. Pero están equivocados.

La respuesta correcta es justamente la contraria: cuánto hay por corregir y cómo necesita la humanidad de nosotros. Un mundo celestial es imposible, lo sabemos. Las personas tenemos lo que los cristianos llamamos el pecado original, la inclinación al egoísmo, la tentación de disfrutar con el poder sobre los demás… Pero se puede ir mejorando, en especial cuando se elige esa opción. El Evangelio de este domingo nos ha dicho: “Cuando entréis en una casa, decid primero: Paz a esta casa”. En el mundo, por el consejo evangélico o por otras razones, son millones los que se esfuerzan en conseguir la paz y la igualdad entre personas. Muchos poniendo su propia vida en juego: quienes se dedican a repartir ayuda de todo tipo en Gaza o quienes en muchos lugares pobres con conflictos enquistados se dedican a colaborar en cuestiones de salud, educación, ayudas sociales, infraestructuras. Y los que aquí mismo trabajan con generosidad (problemáticas de los barrios, ayuda a los inmigrantes, defendiendo los derechos de las mujeres y las diferentes opciones sexuales…). Curiosamente, muchos aficionados a jugar en el fachodromo, algunos de traje negro y mitra, reivindican hacerlo en nombre del cristianismo. Leerán otro Evangelio quizá.

La mayoría tendemos a vivir sin compromiso. Ahora mismo estamos sufriendo, y aquí no tanto, las olas de calor fruto del cambio climático. Pero vamos tan contentos porque se va a cobrar la tasa turística. No alcanzará para pagar lo gastado promocionando el turismo y lo que habrá que gastar para arreglar los desastres de variados tipo que nos produce. Sería mejor promocionar un turismo de alpargata y silencio. Se ha hecho creer a las gentes que pasar tres días en Oslo o una semana en Vietnam es una plan inmejorable, sin tener en cuenta los destrozos que produce. La mayoría de quienes lo practican no conocen Txindoki, Aizkorri, Ganekokorta, Toloño… Acaso Kalamua, pensando en la hierba. También es buen turismo recorrer a pie los barrios de nuestras ciudades. Pero solo lo practicamos algunos viejos.

Hay una frase que se oye en conferencias, sermones y es lema de jornadas culturales: Izan zirelako gara, garelako izango dira (porque fueron somos, porque somos serán). Habrá que cambiarla: Izan zirelako gara, garelako ez dira izango (porque fueron somos, porque somos no serán). Para salir de esta situación de emergencia, necesitamos guías de mirada honda y limpia que nos ayuden a pensar y actuar.

Así era Joxe Azurmendi, el filósofo de Zegama, sabio impregnado del espíritu de Aran-tzazu. Ha fallecido recientemente y ha marchado como solo suelen hacerlo los grandes maestros, con la mayor humildad. Leyendo sus textos conocí su capacidad para analizar con profundidad todo lo que nos rodeaba. Y tuve la suerte de poder conocerlo personalmente en nuestra parroquia, en San Vicente, adonde acudió en varias festividades especiales a misa traído por su amigo Iñaki. En aquellas ocasiones Coro Saenz y yo interpretamos, como teníamos por costumbre, varias piezas con el órgano y el txistu, y se nos acercó a expresar su agradecimiento. Con nosotros escuchaba los sonidos de Aizkorri, según nos dijo. Su fallecimiento ha sido muy citado en los medios de comunicación, pero casi se ha ocultado que hasta su muerte se sintió sobre todo un fraile de Arantzazu. No está de moda. Pero él dejó escrito: Quien muere buscando la luz, ya la ha encontrado.

A Azurmendi nadie le llamaba Pepe, aunque es un apelativo muy común en España para quienes se llaman José. Se dice que su origen está en la expresión latina con que en textos antiguos se acompañaba el nombre de San José, Pater Putativus, supuesto padre de Jesús. Para expresarlo solía acompañarse de la abreviatura PP. Aclaro, sin mirar a nadie, que el verbo putare significa pensar o suponer. Pero es falso que su origen esté ahí. Demasiadas mentiras alrededor de esas dos letras.