Yendo por la acera, se me ha acercado un desconocido y me ha espetado: “A ver si aprendes a escribir en serio… Y deja en paz de una vez a Trump”. Si me llega a dar tiempo, le hubiera contestado como nuestros nietos cuando los encontramos peleándose: “Ha empezado él".

En el morro torcido se le conocía al desconocido que no era amigo de discursos, así que, prudente, me he callado. Tampoco sé qué más podría decir del Naranjito. ¿Conseguirá transformar Gaza en un resort o la paz en Ucrania? De momento, está trabajando las condiciones de la rendición. También yo tengo tendencia a ello. Si se declarara la guerra en nuestro entorno, desde el primer minuto de la primera hora del primer día me rendiría. No he nacido para la lucha.

Siendo vasco y tradicionalista, no parece coherente. En la tradición vasca hemos tenido conflictos y guerras para regalar: lo de los romanos no está muy claro, pero entre Castilla y Navarra, las carlistadas, la francada, ETA, las que los propios vascos hemos llevado por ahí (América, Albania…)… Las más castizas han sido las machinadas. Como tampoco nos poníamos de acuerdo para interpretarlas, el investigador Hidenao Dohinio ha venido desde Japón y lo ha aclarado. Todas respondían a un esquema similar: comenzaban con la propagación de un rumor, las gentes se juntaban en las plazas al son del chilibitu y el tambor, se les hacía saber con pasquines y discursos la injusticia correspondiente y que había que erradicar las normas injustas y crueles, y comenzaba la machinada. Alzamiento y represión. Para finalizarla, a modo de celebración, se organizaba un aurresku, para sentirse todos en la misma cuerda. En ese nivel podría participar también yo: tocaría el txistu y danzaría. Acaso las dos cosas a la vez.

Parece bonito, pero solía haber heridos, encarcelados y muertos. El filósofo español Ortega y Gasset distinguió dos formas de ser de las personas: las de espíritu guerrero y las de espíritu industrial. La persona luchadora no ve en el peligro de una acción motivo suficiente para no realizarla. La industrial siempre calcula los posibles beneficios antes de iniciar nada. Ortega prefería una adecuada combinación entre ambos. El predominio del espíritu industrial, decía, generaba una cultura floja y sin fuerza. La actitud guerrera, por el contrario, originaba una sociedad de coces y codazos. Creía que el deporte podría suponer en nuestra sociedad la sublimación del espíritu guerrero. Pero… El fútbol es un deporte de masas y, en consecuencia, se acercan a organizarlo todos los chorizos y algunos más. Es decir, los de espíritu muy industrial. Y aprovechan para ensaladear todos las emociones anti-intelectuales del personal, y hacer buenos negocietes. Ejemplo: el árbitro le chulea el partido a la Real en Manchester y todos en horas bajas. Si llego a estar allí con el txistu y el tamboril, habría habido machinada seguro.

Es hora de machinadas de verdad. Nuestros jóvenes apenas saben cantar, los famosos coros vascos tienen escasez de niños y jóvenes. Es que no se enseña música en las escuelas. Como siempre, la escuela es la culpable, porque en las familias todo se hace perfecto. Se dice en la prensa que muchos jóvenes están dejando sus trabajos en las empresas y se preparan para ser profesores. Necesitarán de espíritu combativo. Muchos se arrepentirán cuando vean cómo hay que escribir las calificaciones de los niños. Un poema personalizado por cada alumno: Ha realizado progresos en lectura de la letra eme, pero con la zeta está algo atascado. Por favor, para las almas simples el número redondo comunica mejor. Como en el fútbol. Trump también prefiere los palotes a los textos largos.

Primera lección en la Escuela de Diplomacia: Cuando un diplomático dice “sí”, quiere decir “acaso”. Cuando dice “acaso”, quiere decir que no. ¿Y si dice que no? Un diplomático jamás dice que no. Pues Trump dice las tres expresiones a la vez por la noche, y por la mañana las cambia de orden. El putín de Putin no dice ni “sí”, ni “no”, ni “quizá”, sino todo lo contrario. Son espíritus industriales, calculan la tajada y dejan que se peguen y mueran otros. Para algunos, auténticos genios de la diplomacia. A mí no me parecen genios y además me producen miedo, risa, pena… y compasión. Todavía soy capaz de sentirla y es fundamental para que todos avancemos hacia un mundo mejor.

Al desconocido de morro torcido que me imprecó en la acera he de enseñarle un principio básico: la única forma de enfrentarse en serio a la vida consiste en tomársela con buen humor. Aunque no haya grandes razones para ello, no hay otra opción.