Todos hemos visto a Trump estos días firmando decretos -a cual más detestable- a destajo y en modo ametralladora, para lo que utilizó un rotulador XXL de color negro, detalle en el que probablemente no reparó a causa de las prisas. Pero lo que más me llamó la atención fue la firme forma de la firma -si hay un huevo de palabras a tiro, ahí estoy yo- una rúbrica enérgica y hostil como un gráfico bursátil, que sólo valora la eficacia y arroja los principios a la papelera. La expresión gráfica de la personalidad violenta de un orate megalómano en cuyo ombligo no caben pelusas porque está repleto de ambición y de codicia, que es como le gusta verlo cuando se lo mira: 24 horas al día, 365 días al año (366 los bisiestos). He llamado a mi grafólogo de cabecera, pero ha saltado el buzón de voz, así que mis conclusiones van a misa.

No obstante tanto autoritarismo avasallador, un togado federal ha dado la primera colleja a uno de esos decretos: el que niega la nacionalidad estadounidense a los nacidos en USA de migrantes sin papeles. ¿Por qué? Por considerarla inconstitucional e “imposible de comprender”. Normal, considerando que lo que dice Donald Trump es sólo inteligible para pocos y selectos iniciados, elegidos minuciosamente por los saldos de sus cuentas y/o el valor de sus empresas y/o el derechismo de sus partidos. En todo caso, está bien que un juez gringo demuestre cierto sentido común y algo de empatía con los migrantes. Está muy lejos de ser mucho, pero algo es siempre más que nada en aritmética pobretona.

Sin embargo, discrepo del tal magistrado. Yo, ya puestos, apostaría por aplicarlo de manera inmediata pero -eso sí- con efectos retroactivos. De ese modo el propio Trump, nieto de un migrante alemán en tiempos confusos, podría perder la nacionalidad norteamericana. Y ni hablemos de italianos, irlandeses, polacos... cerrando el caos con los afroamericanos, descendientes de aquellos que fueron llevados allí cruzando el Atlántico para recoger algodón a cambio de latigazos. La mayoría de las estrellas deportivas del país serían extranjeras. ¿Mola, que no?

Y llevando esto al extremo, los únicos norteamericanos auténticos serían apaches, comanches, sioux y resto de tribus nativas que ocupaban aquellas tierras antes de que llegaran los rostros pálidos. Justicia poética.  

Pero que no cunda el ejemplo, porque si me privan de mi navarridad me volvería madrileño como mis queridos padres y tendría que asumir mi cuota de calvario con Ayuso de presidentona y Almeida de alcalde. No vivo como para tirar cohetes, pero prefiero quedarme como estoy.