Cada noche, espero ilusionada el sugerente principio de El intermedio, presentado por el Gran Wyoming: “Ahora, les contaremos la verdad”. Disfruto ingenua de ese preámbulo, porque mi cabeza hace tiempo que no sabe dónde está. Según el medio que siga, lea o vea es por donde, supuestamente, discurre la vida. ¿Qué es verdad? No sé. Mi opinión -y la de usted- es un conjunto de información o desinformación, aderezada por insultos y bulos, cada vez más fuertes. Nuestra papilla diaria suele empezar en el palacio de las Cortes de Madrid, una visión general del hemiciclo, nos recuerda que hoy como ayer, estamos en la sede del Congreso de Diputados, en la Cámara Baja de las Cortes Generales. Los señores que se sientan en sus respectivos escaños, tienen cara de sueño y a veces se duermen, otras hablan por teléfono o juegan con su pantallita. Un martillo, sin gran fuerza, les despierta del sopor y empieza la fiesta. El primer protagonista que sube al estrado, sabremos de qué partido es según el número de asientos llenos o vacíos del participante, espera de antemano que a cada palabra que diga, le responderán que no. Si, con buena voluntad, comenta que es de día, inmediatamente, su contrincante manifestará que es noche cerrada, incluso, con un móvil, le mostrarán la luna que luce en el cielo acompañada de estrellas. Si, por el contrario, afirma que es de día y el sol ilumina a los leones de la entrada, alguno de sus señorías levantará el brazo para negar la posible -siempre posible- evidencia. El ambiente se caldea y empiezan los insultos. Los mas comedidos son asesino, mentiroso o hijo de..., como somos espectadores podemos buscar una lupa de aumento o unas gafas para ver de lejos. Y sí, está ocurriendo lo que parecía imposible. Vivimos en un eterno no ver, no oír y no hablar. Si ves, porque nadie ha visto lo que tu ves; si oyes, porque es mejor ser sordo y no entender. No se le ocurra mirar porque por más que quiera adaptar sus ojos a lo que está viendo, es imposible creerlo.
Así es todo.
Usted, como yo, asistió a un juicio humillante donde la victima que pedía justicia por una violación (por supuesto no deseada) y, después de un tiempo en que no le ofrecieron ni una silla, salió de la comparecencia avergonzada, insultada y profundamente sola. Había hecho lo que la sociedad le pedía, señalar al culpable y denunciarlo. El suceso ha desatado numerosas criticas; en todas hay una idea clara: ninguna mujer se va a atrever a denunciar a un señor. Ninguna/o se ofrecerá como testigo, aunque haya visto un acuchillamiento, un robo, un acuchillamiento o una paliza de un chico hasta la muerte; siempre existirá un juez Adolfo Carretero o Juan Carlos Peinado que afirmarán que usted ha perdido la cabeza y, además, después de la angustia de un juicio, verá con horror que los violentos quedan libres, los pervertidos han bebido una copa de mas y no recuerdan que violaron niñas, que dieron puñetazos a jóvenes porque le apetecía a la cuadrilla. Por falta de pruebas, salen absueltos. Pienso que la actriz Elisa Mouliaá se tomaría un tarro entero de somníferos para poder dormir una hora aquella noche. Mientras, Iñigo Errejón, era reconocido, por el mismo juez, como un buen hombre que se había visto acosado por una mujer que quería sexo.
La verdad es un preciado don que ha desaparecido de la política mundial. El insulto se lanza como una pelota de pin pon. Ningún mandatario habla sin despellejar a su contrario. Todos se odian o se aman, según el momento. Lo que vemos en las informaciones son las puntas de un iceberg y, dentro de poco, ni eso. Se van a pisoteando las libertades, curiosamente, por la libertad. Estamos metidos en un globo a punto de explotar, o se libera el aire incontrolado -controlado por si mismo- o se deshincha definitivamente convertido en aire.
La verdad de los sucesos del mundo es como un sobre sin remite, lleno de interrogantes y mentiras que cada uno interpreta como le da la gana. Hasta los libros han dejado de ser lo que los escritores quieren para convertirse en lo que desea una comunidad, cada vez más universal que se ha hecho definitivamente mediocre. Interesa más los recientes amores o desamores del expresidente Obama que los damnificados de Gaza. Solo los recién nacidos son puros. Cuando crece el niño se le pega el rumor del mundo, grita y patalea por nada, y es capaz de pegar a sus padre si les niegan una bolsa de chuches.
Así es el mundo que vivimos, un universo que acepta y aplaude, como a dioses, a los grandes del momento que, con sus millones de millones, compran a corruptos amparados por la ley. Tengo miedo que al Sr. Trump se le antoje Lisboa o París, porque hace unos días, Groenlandia era un capricho que, como un helado de sabores, necesitaba urgentemente. Era un sed vital para defender a sus votantes. También quiere que Canadá sea un estado mas de EE.UU. Su fiebre expansionista le lleva a desear recuperar el control del Canal de Panamá.
Otro gran deseo del hombre más poderoso del mundo es reescribir la historia para volver a investigar al asesino de Kennedy y el de Luther King.
Para las mujeres hay un regalito especial, el aborto será penado y se prohíbe. Miley, llega a sorpresas mayores, crea una ley contra el feminicidio. No se penará al hombre que mate a una mujer. En Irak se va aún más lejos, se aprueba el matrimonio a partir de los 9 años.
Dentro de muy poco se impondrá el velo para todas las mujeres, porque somos motivo de pecado para los varones.