Este es el último texto del año, lo que significa que el siguiente será ya en 2025. Empecé con estos textos en 2005, hace ya 20 años, lo cual me hace sentir un vértigo bastante poderoso, porque cuando era chaval –o incluso cuando tenía 30 años– 20 años en cualquier cosa me parecían una eternidad. Es una eternidad, de hecho. Tanta que si echo 20 años para atrás pienso en los 80 y resulta que no, que es 2005. Y los 80 son 40 años. Yo cuando pienso en hace 40 años no sé por qué pienso en los años 40. Qué rara es la cabeza y la memoria. En este tiempo he usado dos ordenadores, el mismo programa, la misma tipografía, el mismo tamaño –de letra– y, para mi desgracia, el mismo cerebro. ¿Qué le pasa a un cerebro en 20 años? Nada bueno, fijo. Cuando empecé, no había Facebook, ni Twitter, ni Instagram, ni Tik-Tok, Youtube era un bebé, acababa de debutar Messi y la prensa en papel vivía una de sus mejores épocas. Hoy, más de 4.000 columnas después, 800 de ellas en domingos como hoy, mujeres y hombres periodistas locales como los que llenan estas páginas cada día, acompañados de diseñadores, teclistas, maquetadores, técnicos de informática, trabajadores de talleres y rotativa, publicistas, etc, etc, siguen peleando hora a hora por sacar a la calle un producto que mucha juventud prácticamente desconoce pero que para buena parte de la sociedad, ya sea en papel o en su versión digital, sigue siendo una importante herramienta para informarse. Con sus carencias y errores, el periodismo local, el de Pamplona, Donostia, Bilbao o Vitoria, continúa ofreciendo espacios a muchos asuntos cotidianos y cercanos que sin esta labor quedarían aplastados por las nuevas formas de comunicación y entretenimiento que nos han colonizado en estas dos décadas, formas con, como todo, sus lados luminosos y sus lados oscuros. Esperemos que la vieja prensa nos acompañe muchos años. Feliz 2025, salud.
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