“Bitartean, heldu eskutik” (Kirmen Uribe, 2001)

La medicina es una disciplina que incorpora con entusiasmo los avances de cualquier campo de conocimiento. La ecografía y nuevos materiales protésicos tomados de la investigación militar o espacial, o los Rayos X, de la investigación Física. La guerra o incluso el azar han aportado avances como la cura limpia de heridas, la penicilina o las vacunas. La informática aportó velocidad y precisión en el manejo de la información y nos trajo la robótica y la impresión 3D. Muchos avances tecnológicos han impactado en el campo de la medicina.

Puede parecer que las nuevas tecnologías de la información (NTI) y la inteligencia artificial (IA) son un cambio disruptivo. Viéndolo con perspectiva, otras innovaciones lo fueron tanto o más: la anestesia y su control sobre el dolor y el tiempo quirúrgico. En el siglo XIX, en plena era preanestésica, se decía que “un soldado tiene más probabilidades de sobrevivir en Waterloo que un paciente en un hospital”. La velocidad era clave para controlar el dolor que podía matar al paciente. El cirujano escocés Robert Liston, un histórico de la cirugía, llegó a amputar una pierna en 28 segundos. 

Citábamos los rayos X y su capacidad de mostrar el interior del cuerpo. Cuando llegaron el escáner, la resonancia magnética y la ecografía, Wilhelm Conrad Roentgen ya les estaba esperando allí dentro desde hacía 80 años. Fueron un avance extraordinario pero el salto fundamental. Quien fue el primero capaz de entrar en el cuerpo sin necesidad de romper paredes o puertas fue Roentgen y sus rayos X.

¿Y qué diremos del triunfo contra la infección postquirúrgica? Hasta el siglo XIX se creía aquello de Galeno del pus laudabilis, que llevaba a creer que la formación de pus era fundamental para la curación de las heridas. La antisepsia como primera victoria contra las infecciones tiene muchos protagonistas, pero queremos destacar al húngaro Ignaz Semmelweis. Descubrió que el origen de la fiebre postparto, que tenía una alta mortalidad, estaba en las manos sucias de los médicos y los estudiantes. Consiguió reducir esa mortalidad a menos del 1% pero su cruzada no le hizo muy popular entre sus colegas, que se sintieron ofendidos y no le apoyaron. Años después, tras un ingreso no bien explicado en una institución mental, murió al poco tiempo probablemente a consecuencia del maltrato de los cuidadores y de las palizas de los guardas de la institución. 

Cada uno de estos avances supuso un cambio de paradigma, pero ninguno llegó a comprometer el núcleo del acto asistencial: la relación médico-paciente. 

Las aportaciones de las NTI y la IA son innegables e inseparables de sus riesgos, que son la deshumanización y el aumento de las desigualdades en la atención sanitaria. ¿Vamos a una suerte de consultorio virtual en el que se nos atenderá a través de una pantalla, que asumirá cada vez más funciones? Hoy, en la teleasistencia, al otro lado de la pantalla hay, todavía, un profesional sanitario debidamente formado. Este modus operandi resulta, al parecer, más barato, cómodo y eficiente que el viejo vis a vis. De momento, a pesar del cada vez mayor número de artilugios interpuestos, a cada lado del tinglado siguen estando las mismas dos personas: el paciente y el profesional.

Algunos sospechan que, con el imparable proceso de “racionalización” del gasto sanitario, sea cuestión de tiempo que el profesional sea sustituido por una pantalla, manejada por una IA experta en Medicina, cuyos conocimientos y capacidad de trabajo superen de largo los resultados de un equipo de profesionales escasos y cansados. Tal vez ocurra. Ese será el momento de la auténtica disrupción, el verdadero salto cualitativo, aunque no sabemos hacia dónde. Se abre la posibilidad de ser atendidos sin limitación de horarios ni esperas nerviosas. Sin dilaciones ni desplazamientos incómodos. Con la certeza de tener a nuestra disposición el conocimiento más reciente: el algoritmo autocorregible que acierta siempre. Todo estará bien. Quizá sólo hayamos perdido la posibilidad de pedir a otro ser humano, mientras buscamos una mirada que nos reconforte y nos consuele, aquello de Kirmen Uribe, que escribíamos arriba, “y mientras tanto, cógeme la mano”.

*Médic@s