El pasado 10 de noviembre, 27.000 personas arrancaron a correr en Behobia, camino de San Sebastián y, según los entendidos, no pararán durante largo tiempo. Es cierto que las noticias del mundo dan ganas de darse a la fuga, pero dudo que este sea el camino. Habrá que preguntar a Elon Musk (por cierto, emigrante africano en Occidente). Seguro que para él ya tiene preparado un satélite.

En San Sebastián no hay domingo sin carrera. El recorrido de la mayoría pasa por el Centro y muchas tienen su meta en el Boulevard. Nuestro alcalde, en sus funciones anexas de delegado principal de la Hostelería, ya hace un par de años que devolvió la meta del maratón al lugar inevitable. Además, estas carreras se combinan con gran perfección con las manifas. Claro que hay motivo para hacerlas y muchas más. Y con maneras más innovadoras, como hace poco me señalaba el joven Eñaut: siempre iguales. No tienen efectividad.

Cómo se mire. El combinado carreras y manifas, junto a otros varios desfiles, tiene gran efectividad entre los pocos habitantes que quedamos en el Centro y Parte Vieja. Si hay que ir a algún lugar, no se puede mover el automóvil, ni coger un taxi o el autobús, y salir o entrar a pie a menudo es una aventura. Se puede entender: conviene que los poquitos residentes que quedamos no nos movamos, para que, los corredores, al finalizar su viaje e ir a las tascas, puedan ver unos cuantos aborígenes por las calles.

Cómo ha crecido esto de correr entre nosotros. En la sociedad democrática y liberal, nos cuentan que decidimos con libertad qué hacemos. Pero seguimos ciegamente las modas, en especial, si van acompañadas de ofertas comerciales de productos totalmente necesarios para seguirlas: camisetas transpirables o de compresión, para tramos largos o cortos, zapatillas para quienes tienen juanetes, o calcetines impermeables isotérmicos cortos, de media caña o largos. En el esfuerzo común por mejorar Osakidetza, yo propondría una nueva especialidad. El sanitario (no olvidarse de la gorra y el pito) que pare a los corredores en las calles, los examine y ordene a cada uno lo que le conviene: a unos que les queda prohibido correr, que mejor que practiquen natación o gimnasia aeróbica, a otros exigirles un cursillo de reeducación corredora (de paso, a bastantes otro curso sobre cómo correr por aceras o carriles bici sin importunar a los usuarios propios de dichas vías)… En caso contrario, en pocos años no se podrá hacer frente al gasto que supondrán las prótesis de rodilla. Menos mal que los impuestos del turismo harán sostenible el sistema.

En Estrasburgo, en el año 1518 se hizo famoso el Baile de San Vito. Se trata de un episodio que, antes y después de esa fecha se ha repetido y cuyo origen aún no se ha conseguido explicar, pero que está bien documentado: sin razón aparente, masas de personas comenzaron a bailar y no pararon hasta caer derrengadas o muertas. En el caso de los corredores, la carrera se suele paralizar cuando fallan las rodillas, los tobillos o alguna otra parte del cuerpo. Los historiadores del futuro llamarán a este fenómeno La Cacarrera de San Corriendo.

Resulta llamativo cuántos abrazos se dan los corredores al acabar las pruebas. Últimamente han crecido de forma exponencial. En los medios de comunicación también cuando se despiden de un corresponsal que acaso esté en Malasia y con quien conectan diariamente, lo despiden diciendo: “Un abrazo”. De niños nos decían a menudo Muxumerke (pelotilla besucón). Ahora hay Abrazo-pelotillas por doquier. Los vascos conocimos el valor de un famoso abrazo: el de Bergara, que se dieron los generales Espartero y Maroto, simbolizando el fin de la Primera Guerra Carlista. Se vivieron momentos emocionantes y en su primer aniversario hubo danzas tradicionales y las autoridades bailaron el Aurresku. Le siguieron otras dos Carlistadas, conflictos bélicos variados, la Francada, ETA, GAL… Menos efectivo el abrazo que las manifestaciones.

El gran Pablo Sorozabal, en su autobiografía, dice: “El espíritu de la familia podría sintetizarse en estas palabras: poca efusión y profundo cariño”; pero, en realidad, estas cualidades se pueden hacer extensivas a todas las familias vascas.

El Borbón de repuesto, hace poco, se acercó a Valencia a repartir abrazos. Al verlo pensé: ¡Valencianos, ojo con las carteras! Resumiendo: menos abrazos y más honestidad. Es mejor demostrar el respeto y el cariño con abrazos de realidad. Hay muchas posibilidades para realizarlos: enviando ayuda económica a los damnificados de Valencia, Gaza, Etiopía, las cenas solidarias… Las posibilidades son infinitas. En eso hay que ser abrazador y manirroto.