Euskadi siempre ha sido una tierra propicia para encuentros discretos, de esos que requieren una mirada larga y un ambiente sosegado para buscar soluciones, inspiración y acuerdos. Los valles cerrados, la sobriedad de sus baserris y la buena comida han sido testigos de profundas reflexiones o complejas negociaciones que se desenredan, algunas de las cuales se han conocido, pero la mayoría no. En ocasiones, de esos encuentros nacen proyectos artísticos, empresariales o sociales que más tarde cobran vida.

Recientemente, uno de estos encuentros tuvo lugar en el baserri Iturbe Zaharra de Arboliz, durante uno de los muchos días lluviosos del pasado septiembre. Un grupo de expertos en cooperación internacional provenientes de diferentes lugares, se reunió entre campas y robles para reflexionar sobre el presente y futuro de la cooperación internacional. Algunos viajaron desde Argentina, Angola, Francia, Italia, Nicaragua o Perú, como era mi caso. El grupo, diverso, lo conformaban activistas y profesionales heterogéneos con experiencia en filantropías, ONGs, think tanks sobre desarrollo u organismos internacionales.

El desafío que nos convocaba: Pensar en soluciones para una cooperación internacional, más necesaria que nunca, pero cada vez más cuestionada. Sucede en Venezuela, Ucrania, Uganda o América Latina. La sociedad civil en estos países critica sus prácticas con un argumento común, el Sur Global está cansado de que desde el Norte Global se le imponga cómo debe resolver sus propios problemas.

Las soluciones a este desafío son diversas. Algunas voces proponen el fin de las ONG como mecanismos de intermediación dado que consideran que no agregan ya valor. Otras, en cambio, apuestan por un cambio en sus prácticas. A este proceso se le está llamando “decolonización”, un esfuerzo por devolver a las ONG su utilidad para llegar a lugares donde gobiernos y organismos no logran hacerlo. Nadie cree que pueden continuar como hasta ahora; las ONG tendrán que transformarse, morir bien o morir mal.

El grupo reunido en Iturbe Zaharra optaba por una transformación profunda del sector. Cambiar la manera en que las ONG rinden cuentas a las comunidades, cómo toman decisiones, qué porcentaje de la ayuda retienen y su autonomía frente a los donantes. Pero este cambio también debe suceder en las instituciones públicas, dado que las ONG dependen cada vez más de los fondos institucionales y menos de la recaudación propia. Si unas no cambian, las otras tampoco podrán hacerlo. En países como Canadá, Irlanda o EE.UU., este proceso ya se está llevando a cabo de manera coordinada; en Suecia, aunque con conflictos, también se está avanzando. Son ejemplos a observar.

El futuro de la cooperación pasa por priorizar la toma de decisiones lo más cerca posible de los problemas, por parte de las comunidades que los sufren, y en función de sus expectativas de desarrollo. Esto, que parece tan simple, es un cambio de paradigma. Es momento de dejar atrás la visión paternalista del “salvador blanco” que señala a otros sus problemas, sus soluciones y qué hacer al respecto. Aceptar el racismo del sector es doloroso e incómodo, lo ha hecho ya la coordinada de ONG de Reino Unido, entre otras, pero un paso necesario para resolver los problemas actuales.

Menos del 10% de la ayuda al desarrollo de los países de la OCDE se destina directamente a organizaciones del Sur Global, y aún hoy muchos países condicionan que esta pase por sus propias organizaciones, a pesar del acuerdo de 2001 del Comité de Ayuda al Desarrollo de la OCDE para desvincular la ayuda de sus propias organizaciones intermediarias. Las razones para que esto ocurra son variadas: algunos lo atribuyen a la desconfianza, otros al racismo estructural. En el grupo de Iturbe Zaharra, consideramos que hay un poco de ambas.

Todo lo anterior no puede obviar un elemento fundamental del contexto, la importancia de defender firmemente la cooperación con todas sus imperfecciones frente a la crueldad que algunos gobiernos promueven, como la Argentina de Milei o el de Ortega en Nicaragua. Los movimientos feministas de estos dos países, antes tratados como figuras icónicas, ahora se sienten abandonados mientras un gobierno cruel las amenaza y trata de destruir. La cooperación no puede operar por modas, sino que debe ser coherente con sus principios y estar presente cuando más se necesita.

Cerramos nuestras reflexiones con una esperanza cautelosa. En un contexto tan desafiante como el actual, con un aumento de los autoritarismos, guerras y el cambio climático, confiamos en que la cooperación superar la fase de retórica actual y asumir con honestidad los cuestionamientos que de forma justa se le está haciendo, vemos buenos ejemplos en nuestro entorno más cercano.

A pesar de los txokos y baserris, no se habló específicamente de la cooperación en Euskadi, ninguno estaba vinculado a ella, aunque es difícil imaginar esté completamente ajena a los desafíos tratados a pesar de su compromiso e idiosincrasia, Burla minena, egia dioena.

Fundador de la plataforma sobre cooperación ACÁPACÁ, exdirector de Oxfam para América Latina y el Caribe y profesor sobre desarrollo IE