Si uno teclea en el buscador de Spotify canciones normales le aparecen una docena de listas de reproducción. ¿Qué demonios será una canción normal? Y sobre todo ¿quién quiere escuchar una canción normal? Lo único que se me ocurre es que sean playlists preparadas para sonar en salas de espera, ascensores o en esas cafeterías −las pocas que quedan− a las que vas a leer periódicos (aunque en este caso quizás la música de fondo debería ser la banda sonora de una película de terror).

Pero lo normal, o lo que debería de ser normal, lo que esperamos de una canción es que sea diferente a todas las demás, que nos arrebate, que nos meta el demonio en el cuerpo o nos ponga el corazón en carne de gallina. Claro que igual depende de cada momento o situación. En el dentista, por ejemplo, no es buena idea que te pongan una canción que incite a tararearla mientras te raspan las encías.

El problema es que a menudo las canciones normales se escuchan en todos los lados, en la radio, en los bares, en los móviles de la gente que se te sienta al lado en el autobús... Hay un estudio del CSIC que demuestra que en las últimas décadas la música ha empeorado, las canciones se han vuelto más parecidas entre sí, tienen menos diversidad de timbres, acordes más sencillos…

La misma receta vale para los libros. Las novelas que triunfan, las que editan las grandes editoriales y recomiendan en las revistas, suelen ser hoy en día thrillers protagonizados por policías o detectives, con asesinatos en serie, crímenes rituales… Lo normal. Da lo mismo que en Suecia, o en Navarra, muera mucha más gente asesinada en las novelas que en la vida real. Pero aparte de eso, lo peor no es que la mayoría de esas novelas, como las canciones, suelen también parecerse mucho entre sí o siguen siempre los mismos y previsibles patrones, como si fueran episodios de Pesadilla en la cocina, sino el modo atroz con que son narradas: las frases hechas, los diálogos sonrojantes, las metáforas ramplonas, la ausencia total de voluntad de estilo y de audacia literaria. La literatura (que no es lo que se cuenta sino cómo se cuenta), de hecho, es lo de menos y de lo que se trata es de que haya mucha sangre y la novela entretenga, no le suponga al lector ningún esfuerzo ni le deje ningún poso. 

En fin, si hoy Pink Floyd se presentara en una compañía discográfica tal vez los despacharían con una patada en el culo; o puede que si entras a una de esas tiendas de best-sellers, o sea, de libros para gente que no lee (en cuyos escaparates se pueden ver, por ejemplo, cuarenta ejemplares de la misma novela) y preguntas por Céline o por Quevedo, el dependiente te conteste que ellos no venden discos sino premios Planeta. Qué le vamos a hacer. Es lo normal.