Hoy, día 15 de agosto, celebramos el 1.200 aniversario de la segunda victoria del año 824 de Orreaga. La anterior fue en el 778. Veamos la gran importancia de este acontecimiento.
El régimen de democracia directa, cuya base es el individuo organizado en asamblea, puede gobernar cualquier sociedad, sin importar su tamaño ni su extensión territorial. Para ello cuenta con el procedimiento de los niveles sucesivos: las asambleas de base designan asambleas comarcales, o de segundo nivel, que a su vez conforman asambleas territoriales, de tercer nivel, las cuales estatuyen la asamblea o junta gubernativa central, o cuarto nivel.
Tal fueron en sus orígenes las Cortes, a las que, en tiempos más recientes, acudían los portavoces de un determinado número de barrios y pueblos, como expresión del sector popular del reino. En sus inicios, las Cortes fueron el cuarto nivel del sistema de autogobierno, a donde concurrían los portavoces de las entidades territoriales menores, no habiendo en ellas ni rastro de reyes, obispos ni señores.
Posteriormente, al ir emergiendo las estructuras estatales, la nobleza y la Corona se fueron apoderando de importantes parcelas de poder en ellas, a la vez que limitaron el número y atribuciones de los portavoces populares, de los procuradores, si se usa el término que utiliza el Fuero vizcaíno.
Conviene repetirlo: en la Alta Edad Media tuvo necesariamente que existir y sesionar un órgano de gobierno de toda Euskal Herria, que unificase el esfuerzo de guerra contra el poderoso y agresivo Estado visigodo, y luego contra los francos y los imperialistas musulmanes de al Andalus, pues de otro modo no habría sido posible sobrevivir y vencer.
Así pues, lo más probable es que se reuniera en Gernika. Los siete herrialdes que forman hoy Euskal Herria debieron estar allí, al haber enviado sus portavoces, e incluso es posible que existiera algún herrialde más, quizá dos más, hasta al menos el siglo VIII, el aragonés y el riojano-castellano, total nueve. Sin esta unidad y esta presencia, conviene insistir, hubiera sido imposible contener y derrotar estratégicamente al Estado toledano.
Esto se reafirma en lo analítico al estudiar la primera batalla de Orreaga/Roncesvalles, año 778, en la que los invasores del norte, los francos, son completamente derrotados y además exterminados por los vascones, muriendo allí la plana mayor del aparato militar y nobiliario de Carlomagno. Algún estudio ofrece la cifra de 20.000 bajas entre los francos, entre las cuales estuvo la plana mayor de las elites carolingias: Roldan, los Siete Pares de Francia, etc.
Esto significa que no fue una escaramuza ni un hostigamiento ni un ataque guerrillero sino una formidable batalla campal de aniquilamiento, ganada rotundamente por los vascones organizados sin ente estatal, conforme a los principios de la democracia directa y el armamento general del pueblo.
Carlomagno y sus tropas no fueron triturados por las “tribus (sic) vasconas” como alega algún bambarria indocumentado, sino por el pueblo vasco bien organizado y perfectamente dirigido por sus adalides, nombrados para ello, como cargos anuales, por un organismo al que me atrevo a denominar Juntas Generales de Euskal Herria.
Los francos, según se ha dicho, llevaban hostigando a los vascones desde mucho antes, siglos incluso, pues también para sus estructuras estatales y de la propiedad ,el régimen político y económico de aquellos era una denuncia permanente y, por tanto, una amenaza.
La importancia enorme, decisiva, de la batalla de Roncesvalles, la indeleble huella que dejó en la conciencia de los francos, se manifiesta en que trescientos cincuenta años después fuese escrita La Chanson de Roland, obra poética de ficción tomando los acontecimientos de Roncesvalles como materia de inspiración y sustrato de la trama. Que tanto tiempo después continuase siendo un asunto vivo, no olvidado, prueba lo decisivo que resultó ser.
Podemos cifrar las milicias de batzarre vasconas presentes en Orreaga en un número algo mayor de combatientes que el de sus enemigos, entre 25.000 y 30.000. Esto mide el potencial demográfico de Euskal Herria entonces y, en consecuencia, su pujante economía, desarrollo tecnológico, excelente organización, óptimo régimen político, elevada calidad humana, notoria moralidad, sólida virtud cívica y eficiente sistema jurídico. Tal victoria muestra que, sin duda ninguna, existía en ese tiempo un orden político, económico y militar potentísimo en Euskal Herria, cuando todavía no se habían desarrollado estructuras estatales.
El imperio carolingio entra en descomposición explicita hacia el año 800, en vida de Carlomagno, pero su decadencia comienza antes, debido a la formidable derrota en Orreaga. Con ella, los vascones ponen fin, de facto, al orden antiguo en Europa Occidental, autocrático, esclavista, genocida, bandidesco, imperialista, creándose un vacío (relativo) de poder que va a permitir la emergencia de nuevas formas de organización de las sociedades de Europa central durante el siglo X, en la línea iniciada por la formación social bagauda vascona bastante antes. El Sacro Imperio Romano Germánico de Carlomagno fue el último retoño de la Antigüedad en Occidente, la última manifestación de la tiranía e inmoralidad imperial romana.
Para comprender Orreaga hay que mirar en otras direcciones. La enumeración creíble de los reyes de Navarra, dejando de lado las fantasías historiográficas y las chapuzas metodológicas, comienza con Sancho Garcés (905-926), más de un siglo posterior a la epopeya de Roncesvalles, de manera que en esta batalla pelearon exclusivamente las milicias vascas de los batzarres.
Los vascones, organizados en asambleas soberanas, no sólo derrotaron a los imperios visigodo y franco sino también al andalusí o musulmán. Éste, que en lo principal fue una simple continuidad del poder visigodo, aunque mucho más virulento, continuó las agresiones de aquel contra Vasconia, e incluso las amplió y agravó.
Así las cosas, las milicias de los batzarres baskones, junto con las milicias concejiles castellanas, auxiliadas por pequeños contingentes de otros pueblos libres del norte de la península ibérica, leoneses, etc., infringen una derrota colosal a los ejércitos andalusíes en Simancas (Valladolid), en el año 939.
Esta durísima y muy compleja batalla, que se prolongó durante varios días, en el marco de una campaña de varias semanas, es un ejemplo del dominio del arte de la guerra que habían alcanzado las fuerzas milicianas y concejiles vascas. Por primera vez, los ejércitos musulmanes, formados principalmente por soldados profesionales en número muy crecido, unos 80.000, son batidos en campo abierto y casi completamente exterminados (sólo unos pocos cientos sobrevivieron), lo que significó el principio del fin de la agresión islámica a Occidente.
Del mismo modo que Orreaga inició la decadencia de ese engendro conocido como imperio carolingio, la batalla de Simancas-Alhandega principia igualmente la descomposición del horripilante y genocida califato de Córdoba, así como el retroceso del imperialismo árabe e islámico en todo el frente europeo.
Que fuera realizado por un pueblo relativamente pequeño, con limitados recursos demográfico y un territorio de mediana extensión, como es el vascón/vasco, sorprende y arrebata. Éste fue capaz de derrotar a los tres grandes imperios de la Alta Edad Media de Europa occidental, el visigodo, el franco y el andalusí, este último junto con el resto de los pueblos del norte de la península. Y todo ello sin debilitarse ni flaquear. Es más, durante el siglo VIII es capaz de pelear victoriosamente en dos frentes, en el del norte contra los francos y en el del sur contra los sarracenos agresores.
Muy pocas veces se ha visto algo así en la historia de la humanidad. Este texto es parte de la ponencia que se expondrá en octubre en: “500 aniversario del Fuero de Bizkaia 1526-2026”