La reciente decisión del Partido Nacionalista Vasco de adecuar al tiempo y al cambio generacional su apuesta por la persona que liderara la gobernanza de Euskadi en el reciente período electoral es, sin duda, una de las cuestiones que trae a la actualidad el tema de la “convivencia y articulación satisfactoria” entre los distintos poderes que la constituyen, así como su regulación y control en los sistemas democráticos. Me refiero a la separación manifiesta entre gobierno y partido, aspecto muy difícil y fundamental a la hora de acometer los problemas del liderazgo, sus límites, contrapesos y su regulación.

La separación de poderes formulada por Montesquieu, a pesar de los frecuentes certificados de defunción que se le han dedicado sigue siendo, a mi juicio, el núcleo fundamental para una gobernanza democrática. Hasta el punto de que me atrevería a formular que: no sólo aquellos que tratan de aminorar o anular los controles mutuos entre el legislativo, el ejecutivo y el judicial operan en contra de la salud democrática de un país, sino que incluso aquellos que obstaculizan los mecanismos internos y externos de contrapeso, control y articulación entre los grandes y soterrados poderes fácticos son gentes válidas para el avance de los diferentes núcleos del poder como aproximación a la justicia, la virtud y el bienestar. Me refiero a quienes desde los imperios de la comunicación, desde la magistratura, desde el corporativismo en cualquiera de sus maneras etc. se enrocan para afianzar su poder rizando el rizo de la propia porción hegemónica: mal favor hacen a los atributos de libertad, igualdad y fraternidad.

El resultado electoral de todos conocido, no sólo en las elecciones autonómicas, sino en todas las evaluaciones democráticas últimas, ha puesto en evidencia que “los riesgos asumidos por el PNV” eran asumibles; siempre que los resultados a medio y sobre todo largo plazo se muestren claramente positivos en favor de la prosperidad social y de cara a superar el populismo que nos atenaza y a toda la política de puro espectáculo y frivolidad. Se trataría, entonces, de la conveniente catarsis o “reflexión en el camino” que a todos nos conviene para mantener vivo nuestro ciclo vital. Siempre en el mejor de los sentidos y de las reflexiones convenientes ante el inexorable cambio generacional. Probablemente el más sutil e imperceptible de los cambios que animan la política. El motivo por el que nuestros hijos perciben la realidad de una manera distinta y tantas veces contradictoria con mi propia manera de pensar. Pienso en aquellos años 60 en los que para mí la guerra civil española estaba a la misma distancia temporal que para mis progenitores las guerras de Cuba y la de África. Por ello y para evitar errores nada mejor que el contrapeso de los múltiples poderes que equilibran la acción política, no sólo los tres clásicos de Montesquieu; sino todos cuantos se esconden bajo tramposos enunciados como la libertad de expresión, la autonomía del poder judicial, las manos limpias para la acción popular y tantos otros cantos de sirena para mal entretener al personal.

No es conveniente mezclar la asistencia al concierto de Taylor Swift con el detritus de intencionalidad política de una denuncia peligrosa y engañadora, el escandalito mediático y la respuesta, con el consiguiente vertido escatológico en la red social. Frente a este modo de actuación, el que se basa en el principio que “mi verdad se defiende hasta en las cloacas” tan en boga como muestran los mensajes que nos asaltan cada instante: yo contrapongo un “mesurado más Montesquieu (pronunciado mmm) de sano escepticismo. Para abrir el camino a la reflexión.

En esta línea y con la toma de posesión del nuevo lehendakari, creo necesario la bienvenida a los jóvenes líderes políticos Pradales, Andueza y Otxandiano para que ejerzan con sabiduría los cometidos de la gobernanza aprendiendo de la sensatez y buen gobierno al que nos habíamos acostumbrado con Iñigo Urkullu. Especialmente valioso en momentos de gran dificultad y en instituciones por naturaleza delicadas, como lo han sido la pandemia y Osakidetza. Pero, en cualquier modo, sin olvidar que nada será posible si nos alejamos peligrosamente de aquellos fundamentos tan valiosos como son los marcados por la Transición política española de los años 70/80, con todas las sutilezas, todos sus componentes y porqué no decirlo con todos sus aspectos a actualizar y mejorar.